sábado, 30 de octubre de 2010

del diario La Capital de hoy

http://www.lacapital.com.ar/ed_impresa/2010/10/edicion_730/contenidos/noticia_5231.html

El hombre que reconcilió el peronismo.
Por Eduardo Toniolli / titular del Movimiento Evita, Rosario


Ha muerto un hombre excepcional. Un dirigente político que supo convertir los condicionantes que le imponía su sorpresiva emergencia en la escena política nacional en fuerza de lo nuevo, capaz de poner en cuestión los pactos de gobernabilidad gestados al calor de los gobiernos de facto y aceptados por una recuperación democrática que decidió respetarlos y honrarlos en nombre de la moderación y las acechanzas que —se dijo— la jaqueaban. 
Si hasta ayer nomás “gobernabilidad” era el eufemismo de ocasión para justificar la condescendencia del grueso de la dirigencia política —nacida del seno de los grandes movimientos nacionales que marcaron a fuego el siglo XX argentino— con los poderes económicos más concentrados, a partir del 2003 la categoría recobró bajo su liderazgo un sentido alternativo, entendida como consecuencia del respeto por los pactos entre representantes y representados paridos en el marco de contiendas electorales, y —por qué no— como emergencia de una sensibilidad política capaz de leer atentamente las aspiraciones profundas de un pueblo que reclamaba poner un freno a la entrega del patrimonio común, a la exclusión extrema, al reinado impenitente del mercado sobre el Estado y al abandono por parte de este último de sus funciones básicas e ineludibles.
Se va un dirigente al que quizás, más que las políticas de Estado que encarnó, lo hayan definido cabalmente quienes en vida lo sindicaron como su enemigo irreconciliable: nostálgicos de la dictadura, ideólogos del neoliberalismo más salvaje y algunos sedicentes defensores de un republicanismo puramente formal que nunca se preocuparon en mostrar las recetas que habrían de aplicar en caso de volver a gobernar para evitar caer en el proverbial servilismo frente a las corporaciones que los caracterizó cuando les tocó hacerlo.
Se va el tipo que reconcilió el peronismo de muchos jóvenes que nacimos a la vida política en la resistencia al neoliberalismo —un peronismo primario, visceral, puteador, vital, quizás un poco individual y seguramente marginal— con el de millones de hombres y mujeres que estaban solos y esperaban. Lo reconcilió para convertirlo en algo igual de visceral y vital, pero mucho más orgánico, a partir de que nos hizo comprender que para conmover los cimientos de una Nación, además de ser profundos, había que ser anchos. Y vaya que los conmovió. Recuerdo la apatía por la política, y no puedo más que celebrar este río humano que, mayoritariamente compuesto por jóvenes de los estratos sociales más diversos, pobló las plazas del país para brindar un último adiós a Néstor Kirchner y para defender el rumbo asumido desde aquellas jornadas de mayo del 2003.

viernes, 29 de octubre de 2010

chau jefe

No se cuando pasó. De antes de Río de Janeiro no me acuerdo nada. Sospecho que fue mirando el cuadro ese de Mar del Plata que tenía María del Carmen cuando vivíamos en Grenoble. Miraba fijo las sombrillas verdes esas y lloraba. Y al toque arrancaba con las vacaciones pagas, el aguinaldo y la mar en coche. Nos enseñaba el himno Maria del Carmen, decía que cuando volviéramos lo teníamos que saber, que te lo hacían cantar antes de entrar a clases. La marchita la aprendí sólo, sí había vino y sobremesa seguro, pero seguro, la terminaban cantando. Y perjuraban que mañana mismo íbamos a volver. Que se yo, capaz que fue después, cuando volvimos. Cuándo mi vieja me llevaba a la escuela por Paraguay hasta Mendoza. En la esquina con Rioja estaba el local de la renovación. Ahí te daban unas calcos con la bandera argentina y las caras de Perón y Evita. Decían: Venesia Intendente. Me causaba gracia, para mi Venesia era una ciudad de Italia. Igual las pegaba, en la escuela. Me peleaba con todo el mundo, todos usandizaguistas eran en la Mariano Moreno, escuela número 60. Bah, o me parece a mí, capaz que por esa época ya me daba por la épica, y por creerme que estaba peleando contra molinos de viento. Seguro que fue ahí. O quizás después, cuando ya me pintaba por manotear los libros de la biblioteca de mi vieja. Había uno que me llamaba particularmente la atención. Era grueso, si mal no recuerdo de tapa azul, con una foto de la Plaza de Mayo llena de banderas. Zarpadas las banderas. Pero lo que me intrigaba no era la foto panorámica. El título era. De cuatro palabras, bien minimalista. De las cuatro. tres me sonaban como un cross a la mandíbula. Montoneros, soldados, Perón. Lo sacaba del anaquel, medio a las escondidas. Que pelotudo. Pensaba que mi vieja se iba a enojar, que no era una lectura para un pibe de nueve años. Lo sacaba, leía los encabezados de cada capítulo, y lo volvía a guardar. Cada capítulo arrancaba con un cantito. Cada cantito era una ventana a algo. A la historia supongo, a la personal, y a la de esos hombres y mujeres que cuando se mamaban cantaban la marcha y soñaban con volver. Y ahora que habían vuelto me regalaban calcomanías, o me llevaban a los actos. Como esa vez que me llevaron y estuve sentado cinco horas arriba de un semáforo, ahí al toque de la Circunvalación. Cinco horas para verlo pasar y después nos re cagó. Digo bien, nos, porque tenía doce años, pero me acuerdo patente del tipejo este hablando en duplex con Neustad (se escribe así??), anunciando como tenía pensado cagarse en mis sueños de doceañero. Y pensar que mi abuelo, que era bien rojo, me quería llevar a otros actos, y me cantaba “Vicente, Zamora, la oligarquía llora”. Yo me cagaba de risa, pobre Fidel. Fidel se llamaba mi abuelo. Pero bueno, todavía me duelen los huesos de esa espera de cinco horas. No me duelen por el semáforo clavado en las costillas, me duelen por la traición y la desesperanza que vinieron después. Pienso que puede haber sido ahí. O no, que se yo. Por ahí fue cuando tomamos el colegio contra las leyes educativas paridas por aquella traición. Viene uno de los pibes y me dice: “Hay un chabón afuera que insiste con que le abramos, que hacemos?”. Decidimos abrir corriendo algún que otro riesgo, porque el portón ese enorme del Poli no dejaba escuchar bien, ni espiar para ver que onda. Al final era el viejo del gordo Tendela que nos arrimaba una caja enorme con kilos y kilos de garrapiñadas para que pasemos la noche. Ahí te juro que se me llenaron los ojos de lágrimas, y me dieron ganas de gritarlo. Pero viste como es, tenías que explicar un montón de cosas. Después en la facultad fue como más fácil, porque éramos más. Bah, un par más. Pero estábamos como más asentados, leíamos los libros de las bibliotecas de nuestros viejos, pero enteros, no sólo los títulos como antes. Y el libro del inglés ese…al final me desayuné que era una cagada, pero bueno, me sirvió para aprenderme los cantitos. El primer día que fui a la facultad me senté atrás de todo, empezaron a tomar lista, y cuando llegan al apellido “Aramburu”, escucho a un gordo atrás mío que dice “Ausente!”, y se empiezan a cagar de risa con un negro petiso que tenía sentado al lado. Ese día corrí el banco una hilera más atrás y no me moví más. Y es que somos como los perros, nos olemos enseguida. Como el día que me acerqué a la mal llamada “casa de los cieguitos”, ahí donde se juntaban los pibes de hijos. Era sábado creo, 23 de marzo del ’96. Del día de la semana no me acuerdo, de la fecha exacta sí. Me acerqué a dar una mano para dar la marcha del día siguiente, y no me fui más, entre otras cosas porque es como te digo, nos olemos. El primero que me atajó fue Carucha. Estaba medio trosqueado Carucha, pero era entendible, no sabíamos para donde agarrar. Igual lo escuché hablar dos segundos y dije, este es compañero. Había una bocha de compañeros ahí, del palo. Algunos no se habían dado cuenta todavía. No sabes que loco encontrártelos y que te pidan una ficha de afiliación, algo. Te dan ganas de decirles como Maradona a Bochini la vez esa que entró en el mundial de México: “Pase maestro, lo estábamos esperando”. Posta que no se cuando fue. Andá a saber, capaz que algo tuvieron que ver el colorado Quagliaro, el flaco Zanella, el chancho Lucero, el pelado Milberg, el viejo Spilimbergo, y las charlas que teníamos con los pibes de la cátedra Jauretche. Norberto también, cuando venía con el bolsito para Rosario, y nos daba charlas a veinte pendejos, con la misma pasión que ahora las da para quinientos o mil. De Norberto Galasso hablo. Capaz que fue por esa época. Leíamos como caballos, escuchábamos, de vez en cuándo prendíamos fuego alguna cubierta, la calle era nuestra, para putear o para escrachar (que cosa, después de más de 15 años el word todavía no me reconoce la expresión “escrachar”). No sólo a los que metieron picana, no sólo. Como el día que fuimos a tirarles bombitas con pintura roja a la Fundación Libertad también. Pero claro, mirá si íbamos a ser tan giles de olvidarnos de para que metieron tanta bala y tanta picana. Ese día te digo que daba, re daba para terminar gritándolo. El día que lo cagamos a trompada a Costanzo en los tribunales también. Le cabió por verdugo de los compañeros, y porque romperle la cara era como una descarga - pequeña, muy pequeña – frente a tanta impunidad. No sé, la verdad no sé, puede haber sido cualquiera de esos días. Capaz que el 19 de diciembre a la noche, o el 20 a la mañana después de gritar y saltar toda la noche. Pintó un trapo, un aerosol, y lo único que les salió a los pìbes fue un “Patria Si, Colonia No”. Con eso alcanzaba. Pero te vuelvo a repetir, no tengo la menor idea. No puedo agarrar y decirte: “Tal día me hice peronista”. Andá a saber, capaz que se nace así. Pero si me acuerdo del día que sentí por primera vez orgullo de serlo. Pero no un orgullo cualquiera, no. Me refiero a ese que te llena el pecho, y te humedece los ojos. El 25 de mayo del 2003 me pasó eso. Posta. Y no lo había votado. Veníamos para atrás, para atrás, siempre para atrás. Ese día sentí que podíamos soñar con ir para adelante, y ya poder soñar era un montón. No lo sentí yo sólo. Diez meses después nació el Emi. Eso se llama pulsión de vida. Y ahora se murió el tipo que reconcilió mi peronismo - anarquizante, primario, visceral, puteador, vital, entre individual y sectario – con el de millones de hombres y mujeres que estaban solos y esperaban. Lo reconcilió para convertirlo en algo igual de anarquizante, de primario, de visceral, de puteador, de vital, pero mucho más orgánico, con esa conciencia del que empieza a entender que para conmover los cimientos de una Nación, además de ser profundos, hay que ser anchos. Ahora me pregunto que vamos a hacer sin este tipo. Le inyectó el veneno a un montón de pibitos y pibitas, y se le ocurre irse así, sin despedirse. Ayer los miraba en Plaza de Mayo, haciendo cola, cantando, llorando. Antes de ayer en el Monumento. Faltaba Nelson nomás, un hermano que me regaló este tipo al que se le ocurrió morirse.Hoy debe andar organizandole el acto de bienvenida, donde sea que quede eso. Estudiantes, universitarios, secundarios, laburantes, desocupados, flexibilizados, chetos, villeros, ricoteros, cumbieros, rolingas. Despidiendo a su jefe político. Celebrando la vida. Recuerdo la apatía por la política, y  no puedo más que celebrar este río humano que cree, se esperanza, se retuerce y late. Gracias por siempre Néstor Kirchner. Gracias por haberle devuelto a ese pibe que se emocionaba a 11 mil kilómetros de distancia mirando un cuadro lleno de sombrillas verdes, el orgullo de ser peronista.

domingo, 3 de octubre de 2010

elogio de la locura.

Por Eduardo Toniolli (Reseña sobre “El loco Dorrego”, de Hernán Brienza. Diario La Capital, Suplemento Señales, Rosario, 27 de mayo de 2007).


En una época no muy lejana, las luchas políticas argentinas solían verse atravesadas por la recurrencia de sus actores en el intento por establecer relaciones entre representaciones del pasado y alternativas para el presente. Así, el “Pepe” Rosa, historiador revisionista, detenido en los primeros ´70 por alguna de las dictaduras que antecedieron el regreso de Perón, podía afirmar, con tanta ironía como convencimiento, que quienes lo habían metido preso eran, sin lugar a dudas, “unitarios”.
Sólo una década después, la derrota de los grandes relatos colectivos sobre la Nación, y la corrección política con que la recuperación democrática pretendió uniformar las miradas en torno a la historia patria, parieron un ascetismo republicano a prueba de pasiones, consideradas a partir de allí, como “desmesuras” perturbadoras capaces de exhumar los fantasmas de un pasado signado por los desencuentros y la violencia fraticida.
Por estos días, una polémica persistente recorre los suplementos culturales de periódicos, las aulas universitarias y las páginas de historiadores más o menos reconocidos: cierto lugar común, que se pretende académico, gusta de anatemizar algunas obras bajo el rotulo de “divulgación histórica”. La operación suele empujar al anaquel de los condenados a libros sin mayores pretensiones que la de dar respuesta rápida – y, huelga decirlo, oportuna - a una demanda masiva por la historia; junto a obras que se proponen retomar el hilo de polémicas inconclusas, encontrando en el carácter político - y por tanto pasional y desmedido - de los relatos históricos, uno de los andariveles a recorrer para dar respuesta a la pregunta por los orígenes, inquietud extendida a partir del estallido del 2001.
“El loco Dorrego”, de Hernán Brienza, se inscribe entre las segundas, combinando prosa ágil y rigurosidad, que en este caso no es falsa y pedante erudición libresca, si no sólido respaldo bibliográfico que sirve como base a un relato épico que da cuenta del derrotero de Manuel Dorrego, héroe de la Independencia, vehemente militar que supo construir su legitimidad a partir de su ascendiente sobre la tropa, y que, devenido en político, comprendió la necesidad de sentar las bases de un proyecto de país que incluyera la concurrencia de los caudillos federales, representantes genuinos de la soberanía de los pueblos del interior profundo.
Brienza no sólo recorre el ascenso y apogeo del líder federal, y las intrigas entre “doctores” unitarios y emisarios británicos que desembocaron en su fusilamiento; se propone además, revisar las miradas retrospectivas en torno a su figura.
Para aquellos historiadores que de alguna manera se sintieron llamados a construir un relato con arreglo a los intereses y la visión del mundo de la elite comercial porteña y su descendencia, la exclusión de Dorrego del panteón oficial será colofón necesario de un crimen - el que lo tuvo como víctima - de difícil justificación. Tal es así, que hasta los mismos protagonistas del hecho, asaltados por la conciencia de la indecibilidad del crimen que estaban por llevar adelante, maniobraron de tal manera que el juicio de la historia, y el de sus contemporáneos, los librara de sospechas fundadas: Juan Cruz Varela, poeta y unitario furibundo, luego de instigar el fusilamiento del gobernante depuesto, culminará una misiva a Lavalle con un lacónico “Cartas como estas se rompen”.
Una vez ajustada las cuentas con la historiografía liberal, el autor se pregunta por el aparente olvido por parte de las corrientes nacional – populares, encontrando en el mártir ejecutado en Navarro a una rara avis - liberal revolucionario, nacionalista democrático, ilustrado y popular, porteño y federal – cuya huella no encontró mayores ecos, producto de las urgencias de guerras internas y externas y de un estado de excepción permanente, que convertirá en fútil cualquier intento de recuperación en clave doctrinaria de su acervo.
Brienza reconstruye pues, el recorrido de una figura que, quizás como ninguna, parece arriesgar, se verá atravesada - en su postrer negación o descuidado olvido - por las disensiones que jalonaron las luchas políticas y sociales a las que se vio sometida la Argentina de los siglos XIX y XX.

sábado, 2 de octubre de 2010

decíamos ayer

Revisando notas viejas me encontré con esto. Pertenece a una serie de artículos publicados en "El Eslabón" sobre política regional, allá por los años 2000, 2001 y 2002 (este parece ser del 2002). Pasaron casi 10 años, y aquellos procesos de ascenso de alternativas nacional populares al neoliberalismo reinante dejaron de ser inestables novedades para convertirse en fenómenos consolidados a escala regional. Después de releer varias de aquellas reseñas, me queda la sensación de que - más que grandes certezas - nos movilizaba una especie de impenitente optimismo de la voluntad, que convertía indicios mínimos en señales providenciales que anunciaban un nuevo orden regional, fundado en valores de justicia social y soberanía. He allí un principio de inteligibilidad para explicar, por ejemplo, el entusiasmo por Lucio Gutierrez, que en poco tiempo se iba a terminar - si se me permite la imagen - "dando vuelta como una media". Bueno, acá va:


 Ser o no ser. La disyuntiva de la nación inconclusa.

¿Podemos hablar desde la búsqueda de una totalidad cuando estamos en presencia de un continente que alberga más de 500 millones de almas y cientos de particularidades culturales? Si nos atenemos al libreto impuesto por la globalización triunfante, llegaremos rápidamente a la conclusión de que es imposible caracterizar como una unidad a aquel conglomerado humano y territorial que alguna vez supimos llamar Latinoamérica, Hispanoamérica, Iberoamérica, Indoamérica (a gusto del lector).
Ni siquiera hace falta consultar las posiciones más retrógradas del ideario neoconservador (mera continuidad y recreación del colonialismo mental de las elites locales de nuestros países) para encontrar argumentaciones en tal sentido. Toda una agenda que se propuso como de avanzada, ha sido impuesta históricamente en América Latina, generalmente con la cooperación económica como contraprestación, con la intención de promover falsos particularismos. Del elogio de la fragmentación, a la compresión integradora de las particularidades propias de un vasto y no menos complejo continente, media el mismo camino que va de la propuesta balcanizadora de ciertas fundaciones “filantrópicas” europeas (que proponen, por ejemplo, la división de Bolivia en 21 naciones indígenas), a la gesta emancipadora y socialmente integradora que encuentra en Evo Morales a uno de sus referente en aquel país.
Ahora bien, si nos hemos extendido en las apreciaciones iniciales, es para dar sentido a la afirmación con la que pretendemos comenzar esta nota: nuestro continente experimenta la reemergencia de la cuestión nacional latinoamericana
Empecemos por despojar a esta aseveración de toda connotación romántica o idealista. La conformación de un bloque de poder, en principio Sudamericano, resulta un imperativo de supervivencia en la hora que nos toca atravesar. El camino inverso; esto es, la continuidad de las políticas de tranco corto, de negociaciones país por país sujetas al consenso de Washington ; no sólo han demostrado su inocuidad y ganarse el repudio de grandes sectores de las sociedades latinoamericanas, si no que, además, parecen abonar un camino que nos empuja al derrumbe final, y a un futuro que no excluye la disgregación territorial como alternativa cierta.
El triunfo de líder petista, es el triunfo de la integración, lo que no es poco, teniendo en cuenta la ofensiva por venir de parte de los Estados Unidos en favor del ALCA, propuesta de integración en términos de libre comercio entre la economía más competitiva del mundo y las economías latinoamericanas, es decir, una invitación al suicidio.
La coalición que llevó al PT al gobierno en Brasil, lo que algunos críticos de las formas denunciaron como un supuesto agionarmiento del movimiento político más masivo de Sud América, no es más que la expresión en los hechos de una voluntad de afirmación nacional en clave democrático-popular, reclamo que se extiende a lo largo y a lo ancho de nuestros países. Allí donde este reclamo encuentra un movimiento social maduro y fuerzas políticas populares y patrióticas concientes de su desafío histórico, los triunfos en la batalla cultural por el sentido común se traducen en organización y apropiación de los espacios de decisión. El ya conocido caso venezolano, y en Ecuador, el reciente triunfo en primera vuelta de Lucio Gutierrez, militar bolivariano con fuerte ascendente sobre las organizaciones indígenas y sociales, dan cuenta de ello.
En el plano de las tensas negociaciones/combates por la implantación del ALCA, el peso geopolítico del Brasil va a ser determinante y catalizador de las posiciones que apunten a defender el interés de las naciones al sur del sur. Sin ir más lejos, hace unos meses, sosteníamos que la crisis venezolana reposaba en las espaldas del pueblo venezolano y en la situación brasilera. Así lo entendió la oposición de aquel país, que quedó en evidencia un mes atrás, cuando no supo dejar a buen resguardo las grabaciones donde sus referentes expresaban la necesidad urgente de derrocar a Chávez: "antes del 6 de octubre, porque si gana Lula después será imposible".
Un siglo tuvo que transcurrir entre la gesta emancipadora de San Martín y Bolívar, y la sistematización de la idea de unidad latinoaméricana por luminarias del pensamiento de estos lares como Manuel Ugarte y José Enrique Rodó entre otros. Bien señala el pensador uruguayo (o argentino-oriental, como gusta definirse él mismo), Alberto Methol Ferré, que fue Perón, 50 años después, el que entrevió que el futuro de la región estaba atado a la alianza argentino-brasilera, entendida como núcleo básico de acumulación hacia la conformación de un Estado Continental Industrial.
Quizás, pasado otro medio siglo de marchas y contramarchas, la realización material de tan preciado anhelo esté, no sin sacrificios, al alcance de la mano de miles de hombres y mujeres que vuelven a tomar el destino de nuestras naciones en sus manos. Si, una vez más, los desencuentros y los particularismos se anteponen a nuestro destino común, nos esperan, fatalmente, otros cien años de soledad.