Armas para Valle
El Comisario Díaz y el 9 de junio de 1956 en Rosario
Por Eduardo Toniolli
“Cuando les comento a los muchachos de ahora no me creen. ¡Y claro! que me van a creer, con lo que son los canas de hoy en día”, sostiene Juan Lucero, protagonista desde sus albores de la Resistencia Peronista en Rosario, y el comentario viene a cuento de lo que nos reúne en la mesa del bar: hablar del Comisario Díaz, aquel que en 1956, en pleno alzamiento de Valle, encerró a sus subordinados en la comisaría a su cargo, y marchó con 14 carabinas y un sumariante a ponerse a disposición de la insurrección en ciernes.
Algunas historias, por condensar el drama y las pasiones del tiempo que les tocó transitar y de la tierra que las alumbró, merecen ser contadas. Esta es una de ellas. Con el pasaje que refiere a su intervención en aquellas jornadas, donde su derrotero personal se cruza con un episodio tan heroico como trágico de nuestra historia nacional, alcanzaría sin dudas para imaginar un relato en clave de novela épica. Sin embargo, quienes conocieron a Ricardo Díaz antes y después de aquel acontecimiento, guardan infinidad de anécdotas del que llegó a ser payaso de circo, actor de sainetes, director de teatro, comisario y poeta, siendo siempre igual a sí mismo.
La fecha y el lugar exacto de nacimiento se pierden en el trajinar de la vida trashumante de la carpa del circo familiar, aunque algún pariente arriesga Pergamino, provincia de Buenos Aires, a fines de la primer década del siglo XX. El padre: payaso y equilibrista en el “Didí”, circo de su propiedad que recorrió por aquellos años las polvorientas rutas del interior del país.
Como no podía ser de otra manera la vocación familiar terminó calando hondo en el joven Ricardo Díaz, por entonces apodado “moyongo”, que alternaba sus actuaciones de payaso con las de protagonista en los sainetes que la compañía interpretaba. Desde Juan Moreira, hasta los más noveles bandidos rurales, pasaban por la arena del circo criollo, haciendo estallar las plateas atiborradas de un público para el que el teatro no era sólo divertimento, sino la promesa de un mundo donde los “buenos”, a veces, ganaban la partida.
En alguno de esos destinos en los que el circo encallaba, más precisamente en Elortondo, al sur de la provincia de Santa Fe, “moyongo” conoció a Amelia Ghilarducci, hija de un militante anarquista reconocido por su actuación en “El grito de Alcorta”, aquel movimiento encabezado por los hasta entonces postergados laburantes de la tierra, que diera nacimiento a la Federación Agraria Argentina.
Amelia se sumará a la vida circense y, años después, con un hijo en común, va a acompañar la decisión de “moyongo” de asentarse primero en Melincué, donde dirigirá un grupo de teatro, y luego en Rosario, con el objetivo de conseguir un trabajo estable.
Estamos en 1942, año en el que Díaz ingresa a la policía de la provincia, en los prolegómenos de un período histórico pleno de cambios para la Argentina. Al tiempo llega el peronismo y con él el ascenso social, la casa propia en Barrio Saladillo y la adhesión incondicional del comisario Díaz a los preceptos de la revolución en marcha. Dos lustros después, la historia (la colectiva y la individual) daría un vuelco de proporciones.
De golpe...el ’55
El 16 de septiembre de 1955 un intento de golpe de estado se propone poner fin al segundo gobierno peronista. Cuatro días después, tras el triunfo de la asonada sostenida por la autodenominada “Revolución Libertadora”, asume la presidencia de la Nación el Gral. Eduardo Lonardi, y anuncia al país, reeditando palabras pronunciadas un siglo antes por Urquiza, que no habría “ ni vencedores, ni vencidos ”. Los hechos se encargarían de demostrar lo contrario. Pocos días después, envalentonado, el Contralmirante Arturo Rial develará a una delegación de la CGT el sentido último del proceso que se acababa de abrir: “ Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este país el hijo del barrendero, muera barrendero ”.
En las masas peronistas, primero el estupor. Quien mejor que Don Arturo Jauretche para describir la pesada atmósfera que imprimía el transcurrir de aquellas primeras jornadas post golpe:
“Llovía...llovía sobre la ciudad... Un millón de hombres y mujeres - tal vez muchos más - sobre cuya soledad llovía. (...) Porque cada uno estaba solo, aislado, único, aplastado, deprimido, aguantando en silencio y soledad las aguas servidas de todos los lavaderos de la infamia por donde se volcaba el odio, el rencor de sus enemigos, como el agua de la lluvia...”.
Al tiempo, deserción de gran parte de la dirigencia partidaria y sindical mediante, surge la reacción espontánea e inorgánica. Finalmente, con los meses, emerge la progresiva organización de una épica militante que habría de dejar honda huella en el devenir de las luchas sociales y políticas a las que se vería sujeta la Argentina de la segunda mitad del siglo XX: la Resistencia Peronista.
Entre “caños”, alzamientos, “no me olvides” en las solapas y miradas al cielo a la espera de un “avión negro” providencial, empieza a forjarse una mística que tendrá como protagonistas a miles de hombres y mujeres de a pie, metidos de lleno en la tormenta de la historia.
La resistencia en Rosario.
El “colorado” Felipe Di Marco, rosarino y resistente, encuentra las claves del odio revanchista que asoló a la Argentina luego del golpe, en los últimos años del decenio peronista: “Había una clase que se había resentido mucho. Antes el pobre no entraba a una confitería del centro”.
Después del golpe la vindicta clasista no se hizo esperar:
“Eran resentidos. Enseguida salieron los ‘chicos bien’ gritando por el centro: ‘¡Sirvienta 20 pesos!’. Los muchachos nos pusimos locos y fuimos a ver”. Y agrega cómplice: “¿Sabés la de biabas que dimos?. Claro, estos hijos de puta se identificaban con escarapelas, como queriendo demostrar que eran los únicos argentinos. A nosotros nos envenenaron, empezamos a salir a la calle”.
El punto más álgido de las movilizaciones en Rosario se produce durante las jornadas del 23 y el 24 de setiembre. El diario La Capital de por aquellos días no menciona aquellos sucesos, y repite con insistencia titulares tranquilizadores (“Recóbrase el orden paulatinamente”, “La situación en nuestra ciudad tiende a hacerse normal”), como quien intenta conjurar los días y las noches sin calma.
El “colorado” recuerda:
“Venían las columnas, íbamos para el centro. En una de las manifestaciones que venía de zona norte, venía el flaco Coraza adelante, cuando llegan al túnel por Junín aparece el ejército y pone dos ametralladoras y el flaco Coraza y dos muchachos más se envolvieron con la bandera y le dijeron ‘tiren, van a matar a sus hermanos’. Y avanzamos, tiraron al aire, se levantaron y se fueron”. “Invadimos el centro”, rememora con emoción. “El pueblo se volcó a la calle. Fue extraordinario, salimos todos, hasta con los pibes chiquitos. En el centro nos tiraban con sifones desde algunos edificios. Había también francotiradores apostados, eran los comandos civiles”.
El 27 de setiembre se levanta el toque de queda en todo el país, sólo en Rosario se mantiene hasta el día siguiente.
Los meses que siguen son testigos de una feroz interna en el seno de la “Libertadora”: el 13 de noviembre, el sector nacionalista católico comandado por Lonardi, deja paso a la fracción conservadora liberal conducida por el general Pedro Eugenio Aramburu, a la sazón ungido como nuevo presidente de facto. Progresivamente se empiezan a imponer medidas ultraliberales en el plano económico, destinadas a redistribuir el ingreso nacional en desmedro de los trabajadores y desestructurar todo rastro de las políticas soberanas instaladas en el decenio peronista. En el plano político, se acentúa la represión a niveles inéditos: el decreto 4161, prohíbe toda referencia al “ escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones ‘peronismo’, ‘peronista’, ‘justicialismo’, ‘Justicialista’, ‘tercera posición’, la abreviatura PP , las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales ‘Marcha de los Muchachos Peronista’ y ‘Evita Capitana’ o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa, o fragmentos de los mismos ”.
El ingenio de los resistentes se agudiza: la cruz superpuesta sobre una V, símbolo que remitía al “Cristo Vence” con el que los “libertadores” habían adornado meses antes las paredes y los fuselajes de los aviones que bombardearon la Plaza de Mayo, se convierte por obra y gracia del carbón y la brea en un PV, abreviatura de “ Perón Vuelve ”.
Pese a la brutal represión, en Rosario la resistencia no afloja. En una de esas jornadas de 1956, Villa Manuelita amanece pintada en abierto desafío al orden mundial imperante: “ Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora. Villa Manuelita no ”.
“A la madrugada se corta la fruta”.
Los diversos grupos que actúan, lo hacen cada vez en forma más organizada y el contacto con grupos de Buenos Aires empieza a hacerse necesario. El “chancho” Lucero recuerda los detalles de aquellos primeros intentos por coordinar la realización de un hecho político de alcance nacional:
“Así se toma contacto con Buenos Aires, el enlace lo hace un grupo de gente donde estaba metido don Victorio Cardinali, un flaco que tenía una fábrica de calzados, de apellido Putero y el doctor Luis Piacenza. A su vez ellos ya habían contactado al Comisario Díaz, pero este último actuaba como ‘tapado’, porque había sobrevivido a las purgas que, como en el ejército, la ‘Libertadora’ había realizado en las fuerzas policiales, tanto provinciales como federales”.
A fines de 1955, Juan José Valle, un General de División perseguido por haber pertenecido, al momento del golpe, al bando de los leales; participa de un reunión en Rosario:
“Se toma contacto con el general Valle. Duclos, tenía un terreno entre las calles Zelaya, Maciel y Darragueira, en Alberdi, un terreno de casi una manzana con una casilla antigua del ferrocarril, que pone a disposición para una reunión”. Y agrega el “Chancho” Lucero con orgullo: “Tuve la suerte de ser el único joven que estaba en esa reunión con Piacenza, Duclos, el Gral. Lugand y el Gral. Valle, al que conocí ese día. Valle había salido de una villa donde estaba clandestino, porque el ya había estado preso”.
Hecho el contacto, sólo restaba esperar las instrucciones. En Rosario, un grupo tomaría el Regimiento 11 de Infantería, mientras otro se apoderaría de la antena de la emisora LT2 para propalar la proclama revolucionaria. Se había logrado la adhesión de algunos soldados del regimiento, que intentarían ser designados para la guardia de la noche en cuestión. Sin embargo, y a pesar de que dos de los responsables máximos de la insurrección en Rosario, el Gral. Lugand y el Coronel Frascogna, pertenecían al ejército, la mayoría de los protagonistas eran civiles, lo que habría de significar una dificultad no menor, primero porque se trataría de un asalto externo a un regimiento y no del amotinamiento del mismo (como si se lograría en otros puntos del país a partir de la adhesión de sus jefes a la proclama), y en segundo lugar, y fundamentalmente, porque no se contaba con armas suficiente para hacer frente a tamaño desafío.
Allí es cuando entra en escena el Comisario Díaz, asegurando que pondría a disposición las catorce carabinas pertenecientes a la Comisaría 16, dependencia policial a su cargo ubicada en Tiro Suizo. Con ese pequeño “arsenal”, sumado a las armas que cada uno de los participantes aportaría y la fe imbatible que los movilizaba, los insurrectos rosarinos daban por ganada la partida. A pesar del bajo poder de fuego, se confiaba plenamente en el triunfo del alzamiento a nivel nacional, por lo que Rosario sólo acompañaría, a modo de apoyo, aquellos acontecimientos, incitando radialmente la intervención de las barriadas populares de una ciudad que había demostrado su adhesión mayoritaria al peronismo en más de una ocasión.
La familia Díaz recuerda una reunión en la casa familiar, por entonces ubicada en Avenida Pellegrini casi San Martín, con la presencia del Coronel Cogorno, uno de los responsables del movimiento a nivel nacional, y los concejos atinados del suegro del comisario, el ya anciano anarquista y ex dirigente rural José Ghilarducci, que guardaba en su memoria retazos de conspiraciones pasadas.
Finalmente llega el día. El diario La Capital del 9 de junio de 1956 despierta a los rosarinos anunciando la posible incorporación de René Pontoni como técnico de Newell’s, el detalle de los partidos del ascenso con tres presencias locales, y, en amplia cobertura, la llegada, esa misma mañana, del presidente Aramburu a la ciudad en visita protocolar.
A las 10:30 hs, Aramburu llegaba a la explanada del Monumento Nacional a la Bandera y expresaba ante la concurrencia: “No hay quien no desee la normalidad presente sino a la futura, con gobiernos constitucionales nacidos de la libre y pura expresión democrática del pueblo. Hasta tanto, sepa este pueblo esperar haciendo su propia escuela de democracia”.
Mientras tanto, algunos alumnos díscolos, remisos a aceptar pasivamente la “pedagogía democrática” de la “Libertadora”, comenzaban a recorrer los barrios pasando un mensaje en clave: “a la madrugada se corta la fruta”. La insurrección estaba en marcha en todo el país.
A media tarde los tres equipos rosarinos que participaban de los torneos de ascenso de la AFA, ganaban por goleada sus cotejos: Central Córdoba triunfaba de local frente a Colón por 5 a 0 por una nueva fecha de la 1º B, mientras Argentino y Tiro Federal, ambos en la segunda división del ascenso, superaban por 4 tantos a 1 en el marcador a sus contrincantes, Brown y Liniers respectivamente.
Aramburu proseguía con su visita, primero al Regimiento 11 de Infantería, luego al Monumento a la Bandera por dentro, al Palacio Municipal y a la Jefatura de Policía. Desde los balcones de la Jefatura, y frente a un grupo de entusiastas adherentes a su figura, exclamaba: “Este es el auténtico pueblo”. En tanto, a 400 kilómetros, en su despacho, descansaba el decreto firmado antes de partir en el que se promulgaba la Ley Marcial, en vistas de la inminencia de un alzamiento cívico-militar que había sido infiltrado, pero al que los “libertadores” habían decidido no abortar, sino dejar correr hasta su últimas consecuencias, con el objeto de escarmentar a los responsables y sentar precedentes frente a futuros intentos desestabilizadores. La maniobra sería denunciada posteriormente por Salvador Ferla en “Mártires y verdugos” y por Rodolfo Walsh en “Operación masacre”.
Bien entrada la noche, dos grupos de insurgentes empezaban a moverse en las sombras de un ciudad que por el momento los ignoraba, concentrada en su vida nocturna, sus teatros y sus garitos. En uno de estos grupos se encontraba el “chancho” Lucero:
“Paramos camiones sobre Bv. Rondeau y fuimos hasta LT2. Ya estaban los otros en el regimiento 11 y nosotros íbamos a la antena y ahí cortábamos la señal y comenzábamos a transmitir. La antena quedaba Córdoba al fondo, donde había maizales”.
El encargado de proveer de armas al grupo de la radio era el Comisario Díaz. Luego de informar a sus subordinados sobre la situación, decide encerrarlos en una de las celdas de la comisaría, y parte con uno de ellos, el sumariante Vigil, el único que se había mostrado entusiasmado con la idea de sumarse al alzamiento.
Con 14 carabinas viejas, a las 23 hs los resistentes se apoderan del predio donde se hallaba la antena, dejando ir al casero y su familia. Instantes más tarde, exactamente a las 23.25 hs, LT2 empieza a propalar la proclama de un, hasta el momento, ignoto “Movimiento de Recuperación Nacional”:
“Las horas dolorosas que vive la República, y el clamor angustioso de su pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes...”
El parte oficial que el 1º Cuerpo de Ejército emitiría al día siguiente, describiría el operativo represivo destinado a recuperar la antena: una maniobra de pinzas realizada por un grupo de efectivos de esa fuerza, a cargo del Capitán Pizzi, y por un escuadrón de Gendarmería Nacional a cargo del comandante Guillermo Rosbaco. Los insurrectos, con el Comisario Díaz a la cabeza, junto a Lopícolo, Putero, Jurjo, Marinaza, entre otros, la mayoría pertenecientes a grupos de la zona oeste de la ciudad, resisten la embestida durante más de dos horas. Pero empiezan a llegar las noticias del fracaso de la toma del Regimiento 11, sumado a la recuperación por parte del ejército de la central telefónica Sarratea, ocupada previamente por un grupo (desprendimiento del que se hallaba en la antena) a cargo de Lucero y de Marcial Martínez, un joven de 16 años armado de un machete y un facón. Finalmente, cuando los insurrectos se enteran de la derrota del alzamiento en todo el país, deciden emprender la retirada. Seis de ellos son apresados al instante, el resto, la mayoría, en los días subsiguientes. A las 2:30 hs del domingo 10 de junio de 1956 LT2 enmudece y deja de transmitir la proclama revolucionaria. Horas después, el parte del 1º Cuerpo del Ejército consignará el hallazgo en las inmediaciones de “discos fonográficos con efectos sonoros y de marchas popularizadas durante el régimen depuesto, bombas de estruendo, un mortero, armas cortas y largas de calibre diverso y botellas incendiarias”.
Caída, paredón y después...
Durante los días siguientes, el “payaso” Díaz, a esa altura ya expulsado de las fuerzas policiales, recalará en casa de diversos familiares, primero en casa de una hermana, luego en lo de una cuñada, que luego habría de pagar su gesto solidario con una estadía en la cárcel de mujeres de “El Buen Pastor”. Mientras tanto, en Buenos Aires, la “Fusiladora” empezaba a ganarse el apodo que mejor le sentaría: 2 militares y 4 civiles ejecutados en Lanús y 5 civiles en José León Suarez el día 10, 6 militares fusilados en Campo de Mayo, 4 en la Escuela de Mecánica del Ejército y 3 en la Penitenciaría Nacional el 11, uno de los cabecillas, el Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno, es ultimado ese mismo día en La Plata.
Finalmente, la noche del 12 de junio, Ricardo Díaz es atrapado junto a Vigil en las inmediaciones de la yerbatera Martín, y remitido a la Jefatura de Policía. Allí esperan más de 400 detenidos, 21 de ellos sujetos a la Ley Marcial. La misma noche del 12, estos últimos son llevados primero a la U3, la “Redonda”, y de allí al Regimiento 11 para ser fusilados. El destino, o mejor, las internas al interior del Ejército habrían de frenar lo que parecía inevitable. Recuerda el “chancho” Lucero:
“Llega un ómnibus que comanda un Capitán de apellido Gentile. El comisario Díaz estaba muy serio, estaría pensando en su hijo y su señora, yo rezaba. Cuando llegamos a 27 de Febrero y San Martín, Gentile hace parar el colectivo y revisar el motor diciendo que estaba fallando. El comisario Díaz, que al parecer también sabía de motores, nos dice por lo bajo que para él estaba andando bien. Ahí descubrimos que Gentile estaba haciendo tiempo, no quería fusilar a nadie, resultó ser ‘lonardista’”.
Sin embargo el ómnibus termina por arribar a destino, donde esperaba el pelotón de fusilamiento a cargo del Coronel Magni:
“Ese nos quería fusilar a toda costa. Es más, ya había pasado un compañero, que fue el primero en pasar para ser fusilado, y en eso viene corriendo Gentile, diciendo que había llegado un parte anunciando que se había levantado la ley marcial. Gentile no se puede contener y le empiezan a caer las lágrimas y a decir ‘muchachos, se salvaron’, y nos convida con cigarrillos, un paquete verde”.
Sin embargo, la alegría por el hecho providencial que acababa de sacarlos de la boca de los fusiles no pudo ser completa, el parte salvador también consignaba ascéticamente la ejecución, en el transcurso de aquella noche, del Gral. Valle.
Antes de ser fusilado, Valle dejaría una carta a Aramburu, presidente de facto y responsable de su inminente muerte:
“ Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mi un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse (...) Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible del pueblo argentino esclavizado ”
En Rosario, los detenidos son recluidos en la “Redonda”. Mientras tanto las columnas de La Capital consignaban el repudio de las “fuerzas democráticas” frente al intento frustrado: desde el Partido Demócrata Progresista, pasando por la UCR local, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Socialista, la Liga de Estudiantes Humanistas de Rosario, hasta un sinnúmero de asociaciones empresariales y gremios intervenidos, expresiones de las “fuerzas vivas” de la ciudad. La Unión Socialista Libertaria de la Provincia de Santa Fe se pronunciaba vehementemente contra el “golpe ejecutado por minorías al servicio del dictador prófugo”. En similares términos se expresaba el Partido Comunista, que caracterizaba al hecho como un “contragolpe” y llamaba a los trabajadores a “no dejarse arrastrar por las aventuras”. Ninguno de los comunicados denunciaba el fusilamiento a sangre fría de 27 argentinos.
Historias mínimas.
La “Redonda” se convierte en el centro de detención de los resistentes rosarinos. El grueso de los detenidos empieza a quedar en libertad en el transcurso del primer año, Díaz, junto al grupo de los más comprometidos en el alzamiento, permanece un año y medio en la U3, con una pequeña estadía en Caseros entremedio.
“En la cárcel el ‘payaso’ Díaz se convierte en nuestro referente”, recuerda Lucero “éramos obreros, hijos de obreros, adheríamos al peronismo por las conquistas sociales, nuestra reacción tenía que ver con la indignación por lo que nos estaban robando, pero no con una formación ideológica. En cambio él estaba adoctrinado, ideológicamente sabía lo que quería. Y nos empieza a explicar muchas cosas”.
Los días a la sombra transcurrían bajo la evocación por parte del “payaso” de las figuras de Perón y Evita, de John William Cooke, de los viejos anarquistas que había conocido por mentas de su suegro, pero también de personajes que aseguraba haber tratado en los caminos que le había deparado la vida circense: Mate Cocido, Bairolletto y hasta, perjuraba frente a algún oyente incrédulo, el mismísimo Juan Moreira. El afuera resultó ser igual de duro para la familia Díaz: una peluquería, un salón de ventas, cualquier emprendimiento resultaba válido para pucherear, pero sobretodo para adquirir la insulina que el ex comisario precisaba para sobrellevar su diabetes, medicina que no siempre lograba llegar a destino debido a la dureza de un régimen carcelario de extrema rigidez.
A principios de 1958 quedarán en libertad los últimos 6 detenidos en Rosario por el alzamiento de Valle, entre ellos Ricardo Díaz. Más de un resistente recuerda aún las largas tenidas en su salón de ventas de Pellegrini y San Martín, donde siguieron planificando en función de un objetivo aglutinante y excluyente: lograr la vuelta de Perón. El “payaso” Díaz, agravada su enfermedad por las condiciones de detención a las que se había visto sujeto, poco tiempo después de lograr su reincorporación y pase a retiro (con algún grado menos a manera de escarmiento), fallecerá sin llegar a ser testigo de la concreción de aquel anhelo masivo.
Persisten en el recuerdo algunos poemas, infinidad de anécdotas familiares que hablan de dignidad, y los relatos que sus compañeros, más admirados por el histrionismo y la capacidad oratoria de Díaz, que preocupados en discutir la verosimilitud de tal o cual suceso, escuchaban arrobados. Historias donde lo más importante terminaba siendo el trasfondo épico, y la sospecha, renovada relato tras relato, de que otros los habían antecedido en esa tozuda y siempre reeditada pasión argentina de resistir la injusticia y la entrega.
(N. del A.: este retazo de la historia de Rosario fue reconstruido gracias a la colaboración inestimable de Amable Ferloni, Beatriz Gagliardi, Ethel Ghilarducci - todas ellas familiares del “payaso” Díaz -, el “chancho” Lucero, el “colorado” Di Marco y los diarios que resisten el paso del tiempo en los anaqueles de la hemeroteca de la Biblioteca Argentina “Juan Álvarez”)