lunes, 12 de septiembre de 2011

Nota de Pagina12: "Los hijos que llegaron a ser candidatos"

http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-176555-2011-09-11.html

MIEMBROS DE HIJOS QUE INTEGRAN LAS LISTAS DE LEGISLADORES DEL KIRCHNERISMO RELATAN SUS EXPERIENCIAS

Los hijos que llegaron a ser candidatos

Emilio Goya, Eduardo “Wado” De Pedro, Martín Fresneda y Emiliano Toniolli contaron a Página/12 cómo pasaron de la militancia en la agrupación juvenil a la actividad partidaria. También hablaron de sus historias y de qué los lleva a pelear por cargos legislativos.
Por Laura Vales
Son miembros de la agrupación HIJOS y candidatos a diputados en las listas del Frente para la Victoria. Algunos ya integran el Gobierno, como funcionarios; ¿ser hijos los hizo saltear escalones? ¿Cómo fue conjugar el estilo revoltoso que tuvo la agrupación con el rol que tienen ahora, orgánico y silencioso? Cuatro de los candidatos hablan del tema y del hilo que, en sus biografías, los llevó de inventar los escraches a querer un lugar en el Congreso.
Llegar a los 30
“Yo milito desde muy chico. Algunos piensan que no militamos porque no estábamos en el partido, pero nosotros estábamos militando en las luchas por la reivindicación de nuestros viejos y de los derechos humanos, militamos para lo que logramos hoy, que es el enjuiciamiento de los genocidas”, dice Emilio Goya, 37 años, tercer candidato a diputado nacional por el Chaco en la lista del FpV.
Goya fue fundador de H.I.J.O.S. Chaco. Tiene 37 años, tres hijas y dos hermanos. El más chico estuvo desaparecido durante casi treinta años. Emilio lo buscó en Argentina, México y España, y logró encontrarlo tras seguir un rastro prácticamente inexistente. Sabía que su hermano había nacido en Madrid, pero no que había sido secuestrado y apropiado en la Argentina, luego de que su padre, que integraba Montoneros, regresara con él al país en el marco de la Operación Contraofensiva.
En esa búsqueda, Goya abordó a Néstor Kirchner en un acto en Parque Norte para pedirle apoyo del Estado. El entonces presidente lo citó al otro día en la Casa Rosada.
Dos años después, Chaco se convertía en la primera provincia en la que HIJOS hacía un acto oficial con Kirchner, un homenaje por la masacre de Margarita Belén. Goya fue candidato en el 2009 a diputado provincial, aunque por su ubicación en la lista no llegó a entrar. Ese mismo año le ofrecieron hacerse cargo de la Dirección provincial de Juventud.
“Hay un poco un reconocimiento a la militancia en HIJOS, seguro”, continúa él. “En mi caso, a la lista del Chaco la armó Cristina, y la integró con gente leal a su proyecto. Los dos diputados que la encabezan trajeron a Néstor a la provincia cuando nadie lo conocía, y se pusieron a trabajar para él. Que me hayan puesto a mí también es un reconocimiento de pertenencia al proyecto nacional.”

Los medios

Los dirigentes de las agrupaciones juveniles del kirchnerismo mantienen una política de bajo perfil. De los referentes de La Cámpora, Eduardo “Wado” de Pedro es el más esquivo a dar reportajes. Con 34 años, es vicepresidente de Aerolíneas Argentinas y está sexto en la lista bonaerense del Frente para la Victoria. Los medios hegemónicos lo presentan como el Coti Nosiglia del kirchnerismo.
“Entiendo que no me quieran porque represento todo lo que ellos quisieron hacer desaparecer”, dice De Pedro. “Noticias es una revista que construye una ficción permanente. Lo que publica tiene poca relación con la realidad; hasta confunden a las personas y hacen notas con fotos falsas. La editorial Perfil nació a meses del golpe; ese año crearon la revista La Semana, una especie de Noticias, todo un símbolo de lo que representó y representan. La Nación fue el órgano de difusión por excelencia de la dictadura y es el diario que a poco de asumir Néstor dijo que el Gobierno duraría un año. Bueno, a partir de ese análisis, todo lo que planteen parece más la construcción de una fábula que una noticia.”
De Pedro también se incorporó a HIJOS de muy chico. Su padre, Enrique, fue asesinado por la dictadura y su madre, Lucila Révora, fue secuestrada un año después por un grupo de tareas. En el operativo mataron a la pareja de Lucila, Carlos Fassano. El día del secuestro dejaron a Eduardo con sus vecinos. A la noche se presentaron unos hombres que dijeron ser sus tíos y se llevaron al niño. La familia Révora consiguió recuperarlo tres meses más tarde, por contactos dentro de la Iglesia.
Además de integrar HIJOS, De Pedro militó en el sindicato de los judiciales y fue secretario de Julio Piumato. En el 2001 lo esperaba una nueva experiencia traumática: en la jornada del 20 de diciembre la policía lo secuestró en la Plaza de Mayo y lo picaneó dentro de un patrullero. Abogado, fue querellante en el juicio por los crímenes cometidos en El Atlético, Banco y El Olimpo, donde su madre estuvo cautiva y de donde no regresó.

La política, según la época

En la época en que todos cursaban el colegio secundario gobernaba el menemismo. Martín Fresneda, candidato a diputado nacional del Frente para la Victoria, vivía en Catamarca el año en que mataron a María Soledad, que tenía su edad. Empezó a participar en las marchas del silencio. “Cuando me vine a Córdoba a estudiar derecho me metí el grupo Unidos, una coordinadora antirrepresiva”. Fue uno de los fundadores de HIJOS Córdoba y en los ’90 formó parte de la Universidad Trashumante, una experiencia de educación popular de inspiración zapatista.
Martín es abogado, hijo del también abogado Tomás Fresneda, que fue secuestrado junto a su mujer, María de las Mercedes Argañaraz, en la llamada Noche de las corbatas, el 13 de julio de 1977. Ella estaba embarazada de cinco meses. Se sabe que el bebé nació, aunque todavía no fue encontrado por su familia.
Tras la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, se metió de lleno en los juicios. “En el 2004 lo había conocido a Kirchner. Fuimos a la Casa Rosada a una entrevista con (el secretario de la presidencia Carlos) Zannini porque estábamos reclamando un secuenciador para el Equipo de Antropología Forense. A la reunión fue Clyde Snow (el antropólogo norteamericano que formó a los primeros del equipo) y Zannini nos hizo pasar para que Kirchner lo conociera.” Fresneda fue abogado en dos de los juicios contra Luciano Benjamín Menéndez y en el de Jorge Rafael Videla.
Finalmente decidió a incorporarse al kirchnerismo de manera orgánica. “Me pareció que tenía que hacer un aporte más eficiente.”

De la calle al Congreso

En los primeros años de gobierno kirchnerista fue tema de debate para las organizaciones sociales si el acercamiento a la Casa Rosada licuaba sus reclamos. La pregunta, a esta altura, sería qué ven que aportaron al kirchnerismo los que desde se acercaron desde allí. El que responde es Eduardo Toniolli, que ocupó el segundo lugar en la lista de candidatos a diputados provinciales de Santa Fe del FpV y asumirá su banca en diciembre: “El kirchnerismo no inventó la lucha por los derechos humanos ni por los derechos de los trabajadores ni por el matrimonio igualitario o por la ley de medios, pero sí las puso en el centro de la escena, en muchos casos convirtiéndolas en legislación, y esto fue producto de que asumió luchas anteriores y convocó a muchos compañeros que no teníamos un lugar o militábamos desde los bordes del sistema político institucional”. Toniolli tiene a su papá y a una tía desaparecidos. Estudió Ciencia Política y da clases en la Facultad de Filosofía de Rosario. “Para mí y para muchos de los compañeros, HIJOS no fue un organismo de derechos humanos en el sentido más tradicional del término. También fue un ámbito de formación y de participación de experiencias de militancia barrial que hicimos desde HIJOS porque no encontrábamos un espacio que nos contuviera en la estructura partidaria.” Más tarde, él se sumaría al Movimiento Evita de Rosario, del que es actualmente titular.
“Más allá de HIJOS –continúa–, si tomamos el proceso hecho por el Gobierno para ver en qué aspecto de la vida política y social pudo avanzar más, la respuesta es que donde había organización previa. El kirchnerismo no toma de la nada la necesidad de anular las leyes de Obediencia Debida y Punto Final: evidentemente lo hizo basándose no tanto en la construcción política superestructural, en el sistema político instituido, porque muchos de los que votaron la anulación de esas leyes en algún otro momento se habían opuesto. Fue la voluntad del jefe de Estado la que traccionó a esos sectores, y esa voluntad estaba apoyada en una lucha previa. En este sentido, hubo escuelas de formación quizás inorgánicas, desperdigadas producto de que la dictadura y el neoliberalismo golpearon fuerte. Eso generó que durante mucho tiempo la formación que antes se daba en el marco de los grandes partidos populares se diera en los márgenes del sistema, como experiencias silvestres y sui géneris.”

Mano a mano.

Cuando alguien caracteriza a algún jugador de fútbol como "distinto", suele referirse a sus dotes particulares, sus condiciones innatas. El arquero, en cambio, mas allá de sus características personales, es siempre - por definición - un jugador distinto: es el único al que le está permitido obviar una de las prohibiciones básicas del centenario deporte, la de tocar la pelota con las manos. Es, además, un tipo que - en un juego en el que los protagonismos se construyen en una urdidumbre colectiva y trabajada - suele jugarse su destino sólo, y definir de que madera está hecho en el mano a mano, una situación de clara resolución individual.
Pero lo que define cabalmente al arquero es su función central, que no consiste en un hacer, si no en un "no dejar hacer". El arquero es una maquina de impedir. El reglamento, sus compañeros, los hinchas de su equipo, le encomiendan la tarea de evitar que se produzca el acontecimiento cumbre que moviliza a 20 tipos atrás de una pelota: el gol. El arquero es, en suma, un aguafiestas. Y no hay cuento de Galeano o relato de Apo que le otorgue rango poético a su labor. Recaerá sobre él la eterna acusación de individualista o la duda sobre sus condiciones síquicas. No casualmente se le suele asignar en la camiseta el número 1 (el uno) o, en su defecto, el 22 (el loco).
Bueno, no sé hijo...cumplo en transmitirte lo que la experiencia le dictó a este humilde servidor, que de niño y adolescente fue un defensor limitado pero aguerrido, y de más grande eligió pasar desapercibido en el frente de ataque, esperando que terminara la hora de la canchita de fútbol 5 para pasar a la mesa y dedicarse al costillar. Pero nunca, escuchame bien, nunca fui tan kamikaze como para ponerme un guante en cada mano y esperar a que me cagaran a pelotazos en la raya del arco. Que se yo, manejate...si a vos te gusta.

viernes, 14 de enero de 2011

Armas para Valle

Armas para Valle
El Comisario Díaz y el 9 de junio de 1956 en Rosario
Por Eduardo Toniolli

“Cuando les comento a los muchachos de ahora no me creen. ¡Y claro! que me van a creer, con lo que son los canas de hoy en día”, sostiene Juan Lucero, protagonista desde sus albores de la Resistencia Peronista en Rosario, y el comentario viene a cuento de lo que nos reúne en la mesa del bar: hablar del Comisario Díaz, aquel que en 1956, en pleno alzamiento de Valle, encerró a sus subordinados en la comisaría a su cargo, y marchó con 14 carabinas y un sumariante a ponerse a disposición de la insurrección en ciernes.
Algunas historias, por condensar el drama y las pasiones del tiempo que les tocó transitar y de la tierra que las alumbró, merecen ser contadas. Esta es una de ellas. Con el pasaje que refiere a su intervención en aquellas jornadas, donde su derrotero personal se cruza con un episodio tan heroico como trágico de nuestra historia nacional, alcanzaría sin dudas para imaginar un relato en clave de novela épica. Sin embargo, quienes conocieron a Ricardo Díaz antes y después de aquel acontecimiento, guardan infinidad de anécdotas del que llegó a ser payaso de circo, actor de sainetes, director de teatro, comisario y poeta, siendo siempre igual a sí mismo.
La fecha y el lugar exacto de nacimiento se pierden en el trajinar de la vida trashumante de la carpa del circo familiar, aunque algún pariente arriesga Pergamino, provincia de Buenos Aires, a fines de la primer década del siglo XX. El padre: payaso y equilibrista en el “Didí”, circo de su propiedad que recorrió por aquellos años las polvorientas rutas del interior del país.
Como no podía ser de otra manera la vocación familiar terminó calando hondo en el joven Ricardo Díaz, por entonces apodado “moyongo”, que alternaba sus actuaciones de payaso con las de protagonista en los sainetes que la compañía interpretaba. Desde Juan Moreira, hasta los más noveles bandidos rurales, pasaban por la arena del circo criollo, haciendo estallar las plateas atiborradas de un público para el que el teatro no era sólo divertimento, sino la promesa de un mundo donde los “buenos”, a veces, ganaban la partida.
En alguno de esos destinos en los que el circo encallaba, más precisamente en Elortondo, al sur de la provincia de Santa Fe, “moyongo” conoció a Amelia Ghilarducci, hija de un militante anarquista reconocido por su actuación en “El grito de Alcorta”, aquel movimiento encabezado por los hasta entonces postergados laburantes de la tierra, que diera nacimiento a la Federación Agraria Argentina.
Amelia se sumará a la vida circense y, años después, con un hijo en común, va a acompañar la decisión de “moyongo” de asentarse primero en Melincué, donde dirigirá un grupo de teatro, y luego en Rosario, con el objetivo de conseguir un trabajo estable.
Estamos en 1942, año en el que Díaz ingresa a la policía de la provincia, en los prolegómenos de un período histórico pleno de cambios para la Argentina. Al tiempo llega el peronismo y con él el ascenso social, la casa propia en Barrio Saladillo y la adhesión incondicional del comisario Díaz a los preceptos de la revolución en marcha. Dos lustros después, la historia (la colectiva y la individual) daría un vuelco de proporciones.

De golpe...el ’55

 

El 16 de septiembre de 1955 un intento de golpe de estado se propone poner fin al segundo gobierno peronista. Cuatro días después, tras el triunfo de la asonada sostenida por la autodenominada “Revolución Libertadora”, asume la presidencia de la Nación el Gral. Eduardo Lonardi, y anuncia al país, reeditando palabras pronunciadas un siglo antes por Urquiza, que no habría “ ni vencedores, ni vencidos ”. Los hechos se encargarían de demostrar lo contrario. Pocos días después, envalentonado, el Contralmirante Arturo Rial develará a una delegación de la CGT el sentido último del proceso que se acababa de abrir: “ Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este país el hijo del barrendero, muera barrendero ”.
En las masas peronistas, primero el estupor. Quien mejor que Don Arturo Jauretche para describir la pesada atmósfera que imprimía el transcurrir de aquellas primeras jornadas post golpe:
Llovía...llovía sobre la ciudad... Un millón de hombres y mujeres - tal vez muchos más - sobre cuya soledad llovía. (...) Porque cada uno estaba solo, aislado, único, aplastado, deprimido, aguantando en silencio y soledad las aguas servidas de todos los lavaderos de la infamia por donde se volcaba el odio, el rencor de sus enemigos, como el agua de la lluvia...”.
Al tiempo, deserción de gran parte de la dirigencia partidaria y sindical mediante, surge la reacción espontánea e inorgánica. Finalmente, con los meses, emerge la progresiva organización de una épica militante que habría de dejar honda huella en el devenir de las luchas sociales y políticas a las que se vería sujeta la Argentina de la segunda mitad del siglo XX: la Resistencia Peronista.
Entre “caños”, alzamientos, “no me olvides” en las solapas y miradas al cielo a la espera de un “avión negro” providencial, empieza a forjarse una mística que tendrá como protagonistas a miles de hombres y mujeres de a pie, metidos de lleno en la tormenta de la historia.

La resistencia en Rosario.

 

El “coloradoFelipe Di Marco, rosarino y resistente, encuentra las claves del odio revanchista que asoló a la Argentina luego del golpe, en los últimos años del decenio peronista: “Había una clase que se había resentido mucho. Antes el pobre no entraba a una confitería del centro”.
Después del golpe la vindicta clasista no se hizo esperar:
Eran resentidos. Enseguida salieron los ‘chicos bien’ gritando por el centro: ‘¡Sirvienta 20 pesos!’. Los muchachos nos pusimos locos y fuimos a ver”. Y agrega cómplice: “¿Sabés la de biabas que dimos?. Claro, estos hijos de puta se identificaban con escarapelas, como queriendo demostrar que eran los únicos argentinos. A nosotros nos envenenaron, empezamos a salir a la calle”.
El punto más álgido de las movilizaciones en Rosario se produce durante las jornadas del 23 y el 24 de setiembre. El diario La Capital de por aquellos días no menciona aquellos sucesos, y repite con insistencia titulares tranquilizadores (“Recóbrase el orden paulatinamente”, “La situación en nuestra ciudad tiende a hacerse normal”), como quien intenta conjurar los días y las noches sin calma.
El “colorado” recuerda:
Venían las columnas, íbamos para el centro. En una de las manifestaciones que venía de zona norte, venía el flaco Coraza adelante, cuando llegan al túnel por Junín aparece el ejército y pone dos ametralladoras y el flaco Coraza y dos muchachos más se envolvieron con la bandera y le dijeron ‘tiren, van a matar a sus hermanos’. Y avanzamos, tiraron al aire, se levantaron y se fueron”. “Invadimos el centro”, rememora con emoción. “El pueblo se volcó a la calle. Fue extraordinario, salimos todos, hasta con los pibes chiquitos. En el centro nos tiraban con sifones desde algunos edificios. Había también francotiradores apostados, eran los comandos civiles”.
El 27 de setiembre se levanta el toque de queda en todo el país, sólo en Rosario se mantiene hasta el día siguiente.
Los meses que siguen son testigos de una feroz interna en el seno de la “Libertadora”: el 13 de noviembre, el sector nacionalista católico comandado por Lonardi, deja paso a la fracción conservadora liberal conducida por el general Pedro Eugenio Aramburu, a la sazón ungido como nuevo presidente de facto. Progresivamente se empiezan a imponer medidas ultraliberales en el plano económico, destinadas a redistribuir el ingreso nacional en desmedro de los trabajadores y desestructurar todo rastro de las políticas soberanas instaladas en el decenio peronista. En el plano político, se acentúa la represión a niveles inéditos: el decreto 4161, prohíbe toda referencia al “ escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones ‘peronismo’, ‘peronista’, ‘justicialismo’, ‘Justicialista’, ‘tercera posición’, la abreviatura PP , las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales ‘Marcha de los Muchachos Peronista’ y ‘Evita Capitana’ o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa, o fragmentos de los mismos ”.
El ingenio de los resistentes se agudiza: la cruz superpuesta sobre una V, símbolo que remitía al “Cristo Vence” con el que los “libertadores” habían adornado meses antes las paredes y los fuselajes de los aviones que bombardearon la Plaza de Mayo, se convierte por obra y gracia del carbón y la brea en un PV, abreviatura de “ Perón Vuelve ”.
Pese a la brutal represión, en Rosario la resistencia no afloja. En una de esas jornadas de 1956, Villa Manuelita amanece pintada en abierto desafío al orden mundial imperante: “ Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la Libertadora. Villa Manuelita no ”.


“A la madrugada se corta la fruta”.

 

Los diversos grupos que actúan, lo hacen cada vez en forma más organizada y el contacto con grupos de Buenos Aires empieza a hacerse necesario. El chancho” Lucero recuerda los detalles de aquellos primeros intentos por coordinar la realización de un hecho político de alcance nacional:
Así se toma contacto con Buenos Aires, el enlace lo hace un grupo de gente donde estaba metido don Victorio Cardinali, un flaco que tenía una fábrica de calzados, de apellido Putero y el doctor Luis Piacenza. A su vez ellos ya habían contactado al Comisario Díaz, pero este último actuaba como ‘tapado’, porque había sobrevivido a las purgas que, como en el ejército, la ‘Libertadora’ había realizado en las fuerzas policiales, tanto provinciales como federales”.
A fines de 1955, Juan José Valle, un General de División perseguido por haber pertenecido, al momento del golpe, al bando de los leales; participa de un reunión en Rosario:
Se toma contacto con el general Valle. Duclos, tenía un terreno entre las calles Zelaya, Maciel y Darragueira, en Alberdi, un terreno de casi una manzana con una casilla antigua del ferrocarril, que pone a disposición para una reunión”. Y agrega el “Chancho” Lucero con orgullo: “Tuve la suerte de ser el único joven que estaba en esa reunión con Piacenza, Duclos, el Gral. Lugand y el Gral. Valle, al que conocí ese día. Valle había salido de una villa donde estaba clandestino, porque el ya había estado preso”.
Hecho el contacto, sólo restaba esperar las instrucciones. En Rosario, un grupo tomaría el Regimiento 11 de Infantería, mientras otro se apoderaría de la antena de la emisora LT2 para propalar la proclama revolucionaria. Se había logrado la adhesión de algunos soldados del regimiento, que intentarían ser designados para la guardia de la noche en cuestión. Sin embargo, y a pesar de que dos de los responsables máximos de la insurrección en Rosario, el Gral. Lugand y el Coronel Frascogna, pertenecían al ejército, la mayoría de los protagonistas eran civiles, lo que habría de significar una dificultad no menor, primero porque se trataría de un asalto externo a un regimiento y no del amotinamiento del mismo (como si se lograría en otros puntos del país a partir de la adhesión de sus jefes a la proclama), y en segundo lugar, y fundamentalmente, porque no se contaba con armas suficiente para hacer frente a tamaño desafío.
Allí es cuando entra en escena el Comisario Díaz, asegurando que pondría a disposición las catorce carabinas pertenecientes a la Comisaría 16, dependencia policial a su cargo ubicada en Tiro Suizo. Con ese pequeño “arsenal”, sumado a las armas que cada uno de los participantes aportaría y la fe imbatible que los movilizaba, los insurrectos rosarinos daban por ganada la partida. A pesar del bajo poder de fuego, se confiaba plenamente en el triunfo del alzamiento a nivel nacional, por lo que Rosario sólo acompañaría, a modo de apoyo, aquellos acontecimientos, incitando radialmente la intervención de las barriadas populares de una ciudad que había demostrado su adhesión mayoritaria al peronismo en más de una ocasión.
La familia Díaz recuerda una reunión en la casa familiar, por entonces ubicada en Avenida Pellegrini casi San Martín, con la presencia del Coronel Cogorno, uno de los responsables del movimiento a nivel nacional, y los concejos atinados del suegro del comisario, el ya anciano anarquista y ex dirigente rural José Ghilarducci, que guardaba en su memoria retazos de conspiraciones pasadas.
Finalmente llega el día. El diario La Capital del 9 de junio de 1956 despierta a los rosarinos anunciando la posible incorporación de René Pontoni como técnico de Newell’s, el detalle de los partidos del ascenso con tres presencias locales, y, en amplia cobertura, la llegada, esa misma mañana, del presidente Aramburu a la ciudad en visita protocolar.
A las 10:30 hs, Aramburu llegaba a la explanada del Monumento Nacional a la Bandera y expresaba ante la concurrencia: “No hay quien no desee la normalidad presente sino a la futura, con gobiernos constitucionales nacidos de la libre y pura expresión democrática del pueblo. Hasta tanto, sepa este pueblo esperar haciendo su propia escuela de democracia”.
Mientras tanto, algunos alumnos díscolos, remisos a aceptar pasivamente la “pedagogía democrática” de la “Libertadora”, comenzaban a recorrer los barrios pasando un mensaje en clave: “a la madrugada se corta la fruta”. La insurrección estaba en marcha en todo el país.
A media tarde los tres equipos rosarinos que participaban de los torneos de ascenso de la AFA, ganaban por goleada sus cotejos: Central Córdoba triunfaba de local frente a Colón por 5 a 0 por una nueva fecha de la 1º B, mientras Argentino y Tiro Federal, ambos en la segunda división del ascenso, superaban por 4 tantos a 1 en el marcador a sus contrincantes, Brown y Liniers respectivamente.
Aramburu proseguía con su visita, primero al Regimiento 11 de Infantería, luego al Monumento a la Bandera por dentro, al Palacio Municipal y a la Jefatura de Policía. Desde los balcones de la Jefatura, y frente a un grupo de entusiastas adherentes a su figura, exclamaba: “Este es el auténtico pueblo”. En tanto, a 400 kilómetros, en su despacho, descansaba el decreto firmado antes de partir en el que se promulgaba la Ley Marcial, en vistas de la inminencia de un alzamiento cívico-militar que había sido infiltrado, pero al que los “libertadores” habían decidido no abortar, sino dejar correr hasta su últimas consecuencias, con el objeto de escarmentar a los responsables y sentar precedentes frente a futuros intentos desestabilizadores. La maniobra sería denunciada posteriormente por Salvador Ferla en “Mártires y verdugos” y por Rodolfo Walsh en “Operación masacre”.
Bien entrada la noche, dos grupos de insurgentes empezaban a moverse en las sombras de un ciudad que por el momento los ignoraba, concentrada en su vida nocturna, sus teatros y sus garitos. En uno de estos grupos se encontraba el “chancho” Lucero:
Paramos camiones sobre Bv. Rondeau y fuimos hasta LT2. Ya estaban los otros en el regimiento 11 y nosotros íbamos a la antena y ahí cortábamos la señal y comenzábamos a transmitir. La antena quedaba Córdoba al fondo, donde había maizales”.
El encargado de proveer de armas al grupo de la radio era el Comisario Díaz. Luego de informar a sus subordinados sobre la situación, decide encerrarlos en una de las celdas de la comisaría, y parte con uno de ellos, el sumariante Vigil, el único que se había mostrado entusiasmado con la idea de sumarse al alzamiento.
Con 14 carabinas viejas, a las 23 hs los resistentes se apoderan del predio donde se hallaba la antena, dejando ir al casero y su familia. Instantes más tarde, exactamente a las 23.25 hs, LT2 empieza a propalar la proclama de un, hasta el momento, ignoto “Movimiento de Recuperación Nacional”:
Las horas dolorosas que vive la República, y el clamor angustioso de su pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes...
El parte oficial que el 1º Cuerpo de Ejército emitiría al día siguiente, describiría el operativo represivo destinado a recuperar la antena: una maniobra de pinzas realizada por un grupo de efectivos de esa fuerza, a cargo del Capitán Pizzi, y por un escuadrón de Gendarmería Nacional a cargo del comandante Guillermo Rosbaco. Los insurrectos, con el Comisario Díaz a la cabeza, junto a Lopícolo, Putero, Jurjo, Marinaza, entre otros, la mayoría pertenecientes a grupos de la zona oeste de la ciudad, resisten la embestida durante más de dos horas. Pero empiezan a llegar las noticias del fracaso de la toma del Regimiento 11, sumado a la recuperación por parte del ejército de la central telefónica Sarratea, ocupada previamente por un grupo (desprendimiento del que se hallaba en la antena) a cargo de Lucero y de Marcial Martínez, un joven de 16 años armado de un machete y un facón. Finalmente, cuando los insurrectos se enteran de la derrota del alzamiento en todo el país, deciden emprender la retirada. Seis de ellos son apresados al instante, el resto, la mayoría, en los días subsiguientes. A las 2:30 hs del domingo 10 de junio de 1956 LT2 enmudece y deja de transmitir la proclama revolucionaria. Horas después, el parte del 1º Cuerpo del Ejército consignará el hallazgo en las inmediaciones de “discos fonográficos con efectos sonoros y de marchas popularizadas durante el régimen depuesto, bombas de estruendo, un mortero, armas cortas y largas de calibre diverso y botellas incendiarias”.

Caída, paredón y después...

 

Durante los días siguientes, el “payaso” Díaz, a esa altura ya expulsado de las fuerzas policiales, recalará en casa de diversos familiares, primero en casa de una hermana, luego en lo de una cuñada, que luego habría de pagar su gesto solidario con una estadía en la cárcel de mujeres de “El Buen Pastor”. Mientras tanto, en Buenos Aires, la “Fusiladora” empezaba a ganarse el apodo que mejor le sentaría: 2 militares y 4 civiles ejecutados en Lanús y 5 civiles en José León Suarez el día 10, 6 militares fusilados en Campo de Mayo, 4 en la Escuela de Mecánica del Ejército y 3 en la Penitenciaría Nacional el 11, uno de los cabecillas, el Teniente Coronel Oscar Lorenzo Cogorno, es ultimado ese mismo día en La Plata.
Finalmente, la noche del 12 de junio, Ricardo Díaz es atrapado junto a Vigil en las inmediaciones de la yerbatera Martín, y remitido a la Jefatura de Policía. Allí esperan más de 400 detenidos, 21 de ellos sujetos a la Ley Marcial. La misma noche del 12, estos últimos son llevados primero a la U3, la “Redonda”, y de allí al Regimiento 11 para ser fusilados. El destino, o mejor, las internas al interior del Ejército habrían de frenar lo que parecía inevitable. Recuerda el “chancho” Lucero:
Llega un ómnibus que comanda un Capitán de apellido Gentile. El comisario Díaz estaba muy serio, estaría pensando en su hijo y su señora, yo rezaba. Cuando llegamos a 27 de Febrero y San Martín, Gentile hace parar el colectivo y revisar el motor diciendo que estaba fallando. El comisario Díaz, que al parecer también sabía de motores, nos dice por lo bajo que para él estaba andando bien. Ahí descubrimos que Gentile estaba haciendo tiempo, no quería fusilar a nadie, resultó ser ‘lonardista’”.
Sin embargo el ómnibus termina por arribar a destino, donde esperaba el pelotón de fusilamiento a cargo del Coronel Magni:
Ese nos quería fusilar a toda costa. Es más, ya había pasado un compañero, que fue el primero en pasar para ser fusilado, y en eso viene corriendo Gentile, diciendo que había llegado un parte anunciando que se había levantado la ley marcial. Gentile no se puede contener y le empiezan a caer las lágrimas y a decir ‘muchachos, se salvaron’, y nos convida con cigarrillos, un paquete verde”.
Sin embargo, la alegría por el hecho providencial que acababa de sacarlos de la boca de los fusiles no pudo ser completa, el parte salvador también consignaba ascéticamente la ejecución, en el transcurso de aquella noche, del Gral. Valle.
Antes de ser fusilado, Valle dejaría una carta a Aramburu, presidente de facto y responsable de su inminente muerte:
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mi un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse (...) Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible del pueblo argentino esclavizado
En Rosario, los detenidos son recluidos en la “Redonda”. Mientras tanto las columnas de La Capital consignaban el repudio de las “fuerzas democráticas” frente al intento frustrado: desde el Partido Demócrata Progresista, pasando por la UCR local, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Socialista, la Liga de Estudiantes Humanistas de Rosario, hasta un sinnúmero de asociaciones empresariales y gremios intervenidos, expresiones de las “fuerzas vivas” de la ciudad. La Unión Socialista Libertaria de la Provincia de Santa Fe se pronunciaba vehementemente contra el “golpe ejecutado por minorías al servicio del dictador prófugo”. En similares términos se expresaba el Partido Comunista, que caracterizaba al hecho como un “contragolpe” y llamaba a los trabajadores a “no dejarse arrastrar por las aventuras”. Ninguno de los comunicados denunciaba el fusilamiento a sangre fría de 27 argentinos.

Historias mínimas.

 

La “Redonda” se convierte en el centro de detención de los resistentes rosarinos. El grueso de los detenidos empieza a quedar en libertad en el transcurso del primer año, Díaz, junto al grupo de los más comprometidos en el alzamiento, permanece un año y medio en la U3, con una pequeña estadía en Caseros entremedio.
En la cárcel el ‘payaso’ Díaz se convierte en nuestro referente”, recuerda Lucero “éramos obreros, hijos de obreros, adheríamos al peronismo por las conquistas sociales, nuestra reacción tenía que ver con la indignación por lo que nos estaban robando, pero no con una formación ideológica. En cambio él estaba adoctrinado, ideológicamente sabía lo que quería. Y nos empieza a explicar muchas cosas”.
Los días a la sombra transcurrían bajo la evocación por parte del “payaso” de las figuras de Perón y Evita, de John William Cooke, de los viejos anarquistas que había conocido por mentas de su suegro, pero también de personajes que aseguraba haber tratado en los caminos que le había deparado la vida circense: Mate Cocido, Bairolletto y hasta, perjuraba frente a algún oyente incrédulo, el mismísimo Juan Moreira. El afuera resultó ser igual de duro para la familia Díaz: una peluquería, un salón de ventas, cualquier emprendimiento resultaba válido para pucherear, pero sobretodo para adquirir la insulina que el ex comisario precisaba para sobrellevar su diabetes, medicina que no siempre lograba llegar a destino debido a la dureza de un régimen carcelario de extrema rigidez.
A principios de 1958 quedarán en libertad los últimos 6 detenidos en Rosario por el alzamiento de Valle, entre ellos Ricardo Díaz. Más de un resistente recuerda aún las largas tenidas en su salón de ventas de Pellegrini y San Martín, donde siguieron planificando en función de un objetivo aglutinante y excluyente: lograr la vuelta de Perón. El “payaso” Díaz, agravada su enfermedad por las condiciones de detención a las que se había visto sujeto, poco tiempo después de lograr su reincorporación y pase a retiro (con algún grado menos a manera de escarmiento), fallecerá sin llegar a ser testigo de la concreción de aquel anhelo masivo.
Persisten en el recuerdo algunos poemas, infinidad de anécdotas familiares que hablan de dignidad, y los relatos que sus compañeros, más admirados por el histrionismo y la capacidad oratoria de Díaz, que preocupados en discutir la verosimilitud de tal o cual suceso, escuchaban arrobados. Historias donde lo más importante terminaba siendo el trasfondo épico, y la sospecha, renovada relato tras relato, de que otros los habían antecedido en esa tozuda y siempre reeditada pasión argentina de resistir la injusticia y la entrega.


  (N. del A.: este retazo de la historia de Rosario fue reconstruido gracias a la colaboración inestimable de Amable Ferloni, Beatriz Gagliardi, Ethel Ghilarducci - todas ellas familiares del “payaso” Díaz -, el “chancho” Lucero, el “colorado” Di Marco y los diarios que resisten el paso del tiempo en los anaqueles de la hemeroteca de la Biblioteca Argentina “Juan Álvarez”)

jueves, 13 de enero de 2011

"El rigor del destino": restituir las luchas colectivas.

Un niño de 11 años, recién llegado junto a su madre del exilio, se interna en el Tucumán profundo de mediadios de los 80 a pasar unos días con su abuelo paterno. La vuelta al terruño es, también, para el pibe, la posibilidad de recuperar el derrotero del padre, abogado de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (Fotia) fallecido durante la última dictadura cívico militar.

A través de las actuaciones de Leonor Manso, Alejandro Copley, Víctor Laplace, y un entrañable Carlos Carella en el papel del abuelo, Gerardo Vallejo volvía con "El rigor del destino" a rodar en 1985 luego de su propio exilio, describiendo una urdidumbre de relaciones familiares atravesadas por la tormenta de la historia, y —fundamentalmente— inscribiéndola en el plano de lo colectivo. De esta manera, componía un fresco épico en clave militante, que contrastaba ostensiblemente con la cuerda sensible por la que se movían —por entonces— la mayoría de los relatos que se proponían arrojar una mirada a los años del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.

Cuando el manual de estilo señalaba que el drama nacional debía recluirse al ámbito de lo privado ("La historia oficial"), o traducirse a la pantalla como horror sin mediaciones ("La noche de los lápices"), Gerardo Vallejo apostaba a restituir el carácter eminentemente político del relato en torno al pasado reciente, encarnándolo en hombres y mujeres movilizados por aquellas tradiciones emancipadoras que la represión dictatorial había intentado desactivar, y que la democracia recuperada observaba con recelo, como expresiones de la desmesura de una etapa signada por la violencia y la inestabilidad institucional.

Eduardo Toniolli
Publicado el 20/03/10 en el Suplemento Educativo de La Capital

sábado, 30 de octubre de 2010

del diario La Capital de hoy

http://www.lacapital.com.ar/ed_impresa/2010/10/edicion_730/contenidos/noticia_5231.html

El hombre que reconcilió el peronismo.
Por Eduardo Toniolli / titular del Movimiento Evita, Rosario


Ha muerto un hombre excepcional. Un dirigente político que supo convertir los condicionantes que le imponía su sorpresiva emergencia en la escena política nacional en fuerza de lo nuevo, capaz de poner en cuestión los pactos de gobernabilidad gestados al calor de los gobiernos de facto y aceptados por una recuperación democrática que decidió respetarlos y honrarlos en nombre de la moderación y las acechanzas que —se dijo— la jaqueaban. 
Si hasta ayer nomás “gobernabilidad” era el eufemismo de ocasión para justificar la condescendencia del grueso de la dirigencia política —nacida del seno de los grandes movimientos nacionales que marcaron a fuego el siglo XX argentino— con los poderes económicos más concentrados, a partir del 2003 la categoría recobró bajo su liderazgo un sentido alternativo, entendida como consecuencia del respeto por los pactos entre representantes y representados paridos en el marco de contiendas electorales, y —por qué no— como emergencia de una sensibilidad política capaz de leer atentamente las aspiraciones profundas de un pueblo que reclamaba poner un freno a la entrega del patrimonio común, a la exclusión extrema, al reinado impenitente del mercado sobre el Estado y al abandono por parte de este último de sus funciones básicas e ineludibles.
Se va un dirigente al que quizás, más que las políticas de Estado que encarnó, lo hayan definido cabalmente quienes en vida lo sindicaron como su enemigo irreconciliable: nostálgicos de la dictadura, ideólogos del neoliberalismo más salvaje y algunos sedicentes defensores de un republicanismo puramente formal que nunca se preocuparon en mostrar las recetas que habrían de aplicar en caso de volver a gobernar para evitar caer en el proverbial servilismo frente a las corporaciones que los caracterizó cuando les tocó hacerlo.
Se va el tipo que reconcilió el peronismo de muchos jóvenes que nacimos a la vida política en la resistencia al neoliberalismo —un peronismo primario, visceral, puteador, vital, quizás un poco individual y seguramente marginal— con el de millones de hombres y mujeres que estaban solos y esperaban. Lo reconcilió para convertirlo en algo igual de visceral y vital, pero mucho más orgánico, a partir de que nos hizo comprender que para conmover los cimientos de una Nación, además de ser profundos, había que ser anchos. Y vaya que los conmovió. Recuerdo la apatía por la política, y no puedo más que celebrar este río humano que, mayoritariamente compuesto por jóvenes de los estratos sociales más diversos, pobló las plazas del país para brindar un último adiós a Néstor Kirchner y para defender el rumbo asumido desde aquellas jornadas de mayo del 2003.

viernes, 29 de octubre de 2010

chau jefe

No se cuando pasó. De antes de Río de Janeiro no me acuerdo nada. Sospecho que fue mirando el cuadro ese de Mar del Plata que tenía María del Carmen cuando vivíamos en Grenoble. Miraba fijo las sombrillas verdes esas y lloraba. Y al toque arrancaba con las vacaciones pagas, el aguinaldo y la mar en coche. Nos enseñaba el himno Maria del Carmen, decía que cuando volviéramos lo teníamos que saber, que te lo hacían cantar antes de entrar a clases. La marchita la aprendí sólo, sí había vino y sobremesa seguro, pero seguro, la terminaban cantando. Y perjuraban que mañana mismo íbamos a volver. Que se yo, capaz que fue después, cuando volvimos. Cuándo mi vieja me llevaba a la escuela por Paraguay hasta Mendoza. En la esquina con Rioja estaba el local de la renovación. Ahí te daban unas calcos con la bandera argentina y las caras de Perón y Evita. Decían: Venesia Intendente. Me causaba gracia, para mi Venesia era una ciudad de Italia. Igual las pegaba, en la escuela. Me peleaba con todo el mundo, todos usandizaguistas eran en la Mariano Moreno, escuela número 60. Bah, o me parece a mí, capaz que por esa época ya me daba por la épica, y por creerme que estaba peleando contra molinos de viento. Seguro que fue ahí. O quizás después, cuando ya me pintaba por manotear los libros de la biblioteca de mi vieja. Había uno que me llamaba particularmente la atención. Era grueso, si mal no recuerdo de tapa azul, con una foto de la Plaza de Mayo llena de banderas. Zarpadas las banderas. Pero lo que me intrigaba no era la foto panorámica. El título era. De cuatro palabras, bien minimalista. De las cuatro. tres me sonaban como un cross a la mandíbula. Montoneros, soldados, Perón. Lo sacaba del anaquel, medio a las escondidas. Que pelotudo. Pensaba que mi vieja se iba a enojar, que no era una lectura para un pibe de nueve años. Lo sacaba, leía los encabezados de cada capítulo, y lo volvía a guardar. Cada capítulo arrancaba con un cantito. Cada cantito era una ventana a algo. A la historia supongo, a la personal, y a la de esos hombres y mujeres que cuando se mamaban cantaban la marcha y soñaban con volver. Y ahora que habían vuelto me regalaban calcomanías, o me llevaban a los actos. Como esa vez que me llevaron y estuve sentado cinco horas arriba de un semáforo, ahí al toque de la Circunvalación. Cinco horas para verlo pasar y después nos re cagó. Digo bien, nos, porque tenía doce años, pero me acuerdo patente del tipejo este hablando en duplex con Neustad (se escribe así??), anunciando como tenía pensado cagarse en mis sueños de doceañero. Y pensar que mi abuelo, que era bien rojo, me quería llevar a otros actos, y me cantaba “Vicente, Zamora, la oligarquía llora”. Yo me cagaba de risa, pobre Fidel. Fidel se llamaba mi abuelo. Pero bueno, todavía me duelen los huesos de esa espera de cinco horas. No me duelen por el semáforo clavado en las costillas, me duelen por la traición y la desesperanza que vinieron después. Pienso que puede haber sido ahí. O no, que se yo. Por ahí fue cuando tomamos el colegio contra las leyes educativas paridas por aquella traición. Viene uno de los pibes y me dice: “Hay un chabón afuera que insiste con que le abramos, que hacemos?”. Decidimos abrir corriendo algún que otro riesgo, porque el portón ese enorme del Poli no dejaba escuchar bien, ni espiar para ver que onda. Al final era el viejo del gordo Tendela que nos arrimaba una caja enorme con kilos y kilos de garrapiñadas para que pasemos la noche. Ahí te juro que se me llenaron los ojos de lágrimas, y me dieron ganas de gritarlo. Pero viste como es, tenías que explicar un montón de cosas. Después en la facultad fue como más fácil, porque éramos más. Bah, un par más. Pero estábamos como más asentados, leíamos los libros de las bibliotecas de nuestros viejos, pero enteros, no sólo los títulos como antes. Y el libro del inglés ese…al final me desayuné que era una cagada, pero bueno, me sirvió para aprenderme los cantitos. El primer día que fui a la facultad me senté atrás de todo, empezaron a tomar lista, y cuando llegan al apellido “Aramburu”, escucho a un gordo atrás mío que dice “Ausente!”, y se empiezan a cagar de risa con un negro petiso que tenía sentado al lado. Ese día corrí el banco una hilera más atrás y no me moví más. Y es que somos como los perros, nos olemos enseguida. Como el día que me acerqué a la mal llamada “casa de los cieguitos”, ahí donde se juntaban los pibes de hijos. Era sábado creo, 23 de marzo del ’96. Del día de la semana no me acuerdo, de la fecha exacta sí. Me acerqué a dar una mano para dar la marcha del día siguiente, y no me fui más, entre otras cosas porque es como te digo, nos olemos. El primero que me atajó fue Carucha. Estaba medio trosqueado Carucha, pero era entendible, no sabíamos para donde agarrar. Igual lo escuché hablar dos segundos y dije, este es compañero. Había una bocha de compañeros ahí, del palo. Algunos no se habían dado cuenta todavía. No sabes que loco encontrártelos y que te pidan una ficha de afiliación, algo. Te dan ganas de decirles como Maradona a Bochini la vez esa que entró en el mundial de México: “Pase maestro, lo estábamos esperando”. Posta que no se cuando fue. Andá a saber, capaz que algo tuvieron que ver el colorado Quagliaro, el flaco Zanella, el chancho Lucero, el pelado Milberg, el viejo Spilimbergo, y las charlas que teníamos con los pibes de la cátedra Jauretche. Norberto también, cuando venía con el bolsito para Rosario, y nos daba charlas a veinte pendejos, con la misma pasión que ahora las da para quinientos o mil. De Norberto Galasso hablo. Capaz que fue por esa época. Leíamos como caballos, escuchábamos, de vez en cuándo prendíamos fuego alguna cubierta, la calle era nuestra, para putear o para escrachar (que cosa, después de más de 15 años el word todavía no me reconoce la expresión “escrachar”). No sólo a los que metieron picana, no sólo. Como el día que fuimos a tirarles bombitas con pintura roja a la Fundación Libertad también. Pero claro, mirá si íbamos a ser tan giles de olvidarnos de para que metieron tanta bala y tanta picana. Ese día te digo que daba, re daba para terminar gritándolo. El día que lo cagamos a trompada a Costanzo en los tribunales también. Le cabió por verdugo de los compañeros, y porque romperle la cara era como una descarga - pequeña, muy pequeña – frente a tanta impunidad. No sé, la verdad no sé, puede haber sido cualquiera de esos días. Capaz que el 19 de diciembre a la noche, o el 20 a la mañana después de gritar y saltar toda la noche. Pintó un trapo, un aerosol, y lo único que les salió a los pìbes fue un “Patria Si, Colonia No”. Con eso alcanzaba. Pero te vuelvo a repetir, no tengo la menor idea. No puedo agarrar y decirte: “Tal día me hice peronista”. Andá a saber, capaz que se nace así. Pero si me acuerdo del día que sentí por primera vez orgullo de serlo. Pero no un orgullo cualquiera, no. Me refiero a ese que te llena el pecho, y te humedece los ojos. El 25 de mayo del 2003 me pasó eso. Posta. Y no lo había votado. Veníamos para atrás, para atrás, siempre para atrás. Ese día sentí que podíamos soñar con ir para adelante, y ya poder soñar era un montón. No lo sentí yo sólo. Diez meses después nació el Emi. Eso se llama pulsión de vida. Y ahora se murió el tipo que reconcilió mi peronismo - anarquizante, primario, visceral, puteador, vital, entre individual y sectario – con el de millones de hombres y mujeres que estaban solos y esperaban. Lo reconcilió para convertirlo en algo igual de anarquizante, de primario, de visceral, de puteador, de vital, pero mucho más orgánico, con esa conciencia del que empieza a entender que para conmover los cimientos de una Nación, además de ser profundos, hay que ser anchos. Ahora me pregunto que vamos a hacer sin este tipo. Le inyectó el veneno a un montón de pibitos y pibitas, y se le ocurre irse así, sin despedirse. Ayer los miraba en Plaza de Mayo, haciendo cola, cantando, llorando. Antes de ayer en el Monumento. Faltaba Nelson nomás, un hermano que me regaló este tipo al que se le ocurrió morirse.Hoy debe andar organizandole el acto de bienvenida, donde sea que quede eso. Estudiantes, universitarios, secundarios, laburantes, desocupados, flexibilizados, chetos, villeros, ricoteros, cumbieros, rolingas. Despidiendo a su jefe político. Celebrando la vida. Recuerdo la apatía por la política, y  no puedo más que celebrar este río humano que cree, se esperanza, se retuerce y late. Gracias por siempre Néstor Kirchner. Gracias por haberle devuelto a ese pibe que se emocionaba a 11 mil kilómetros de distancia mirando un cuadro lleno de sombrillas verdes, el orgullo de ser peronista.

domingo, 3 de octubre de 2010

elogio de la locura.

Por Eduardo Toniolli (Reseña sobre “El loco Dorrego”, de Hernán Brienza. Diario La Capital, Suplemento Señales, Rosario, 27 de mayo de 2007).


En una época no muy lejana, las luchas políticas argentinas solían verse atravesadas por la recurrencia de sus actores en el intento por establecer relaciones entre representaciones del pasado y alternativas para el presente. Así, el “Pepe” Rosa, historiador revisionista, detenido en los primeros ´70 por alguna de las dictaduras que antecedieron el regreso de Perón, podía afirmar, con tanta ironía como convencimiento, que quienes lo habían metido preso eran, sin lugar a dudas, “unitarios”.
Sólo una década después, la derrota de los grandes relatos colectivos sobre la Nación, y la corrección política con que la recuperación democrática pretendió uniformar las miradas en torno a la historia patria, parieron un ascetismo republicano a prueba de pasiones, consideradas a partir de allí, como “desmesuras” perturbadoras capaces de exhumar los fantasmas de un pasado signado por los desencuentros y la violencia fraticida.
Por estos días, una polémica persistente recorre los suplementos culturales de periódicos, las aulas universitarias y las páginas de historiadores más o menos reconocidos: cierto lugar común, que se pretende académico, gusta de anatemizar algunas obras bajo el rotulo de “divulgación histórica”. La operación suele empujar al anaquel de los condenados a libros sin mayores pretensiones que la de dar respuesta rápida – y, huelga decirlo, oportuna - a una demanda masiva por la historia; junto a obras que se proponen retomar el hilo de polémicas inconclusas, encontrando en el carácter político - y por tanto pasional y desmedido - de los relatos históricos, uno de los andariveles a recorrer para dar respuesta a la pregunta por los orígenes, inquietud extendida a partir del estallido del 2001.
“El loco Dorrego”, de Hernán Brienza, se inscribe entre las segundas, combinando prosa ágil y rigurosidad, que en este caso no es falsa y pedante erudición libresca, si no sólido respaldo bibliográfico que sirve como base a un relato épico que da cuenta del derrotero de Manuel Dorrego, héroe de la Independencia, vehemente militar que supo construir su legitimidad a partir de su ascendiente sobre la tropa, y que, devenido en político, comprendió la necesidad de sentar las bases de un proyecto de país que incluyera la concurrencia de los caudillos federales, representantes genuinos de la soberanía de los pueblos del interior profundo.
Brienza no sólo recorre el ascenso y apogeo del líder federal, y las intrigas entre “doctores” unitarios y emisarios británicos que desembocaron en su fusilamiento; se propone además, revisar las miradas retrospectivas en torno a su figura.
Para aquellos historiadores que de alguna manera se sintieron llamados a construir un relato con arreglo a los intereses y la visión del mundo de la elite comercial porteña y su descendencia, la exclusión de Dorrego del panteón oficial será colofón necesario de un crimen - el que lo tuvo como víctima - de difícil justificación. Tal es así, que hasta los mismos protagonistas del hecho, asaltados por la conciencia de la indecibilidad del crimen que estaban por llevar adelante, maniobraron de tal manera que el juicio de la historia, y el de sus contemporáneos, los librara de sospechas fundadas: Juan Cruz Varela, poeta y unitario furibundo, luego de instigar el fusilamiento del gobernante depuesto, culminará una misiva a Lavalle con un lacónico “Cartas como estas se rompen”.
Una vez ajustada las cuentas con la historiografía liberal, el autor se pregunta por el aparente olvido por parte de las corrientes nacional – populares, encontrando en el mártir ejecutado en Navarro a una rara avis - liberal revolucionario, nacionalista democrático, ilustrado y popular, porteño y federal – cuya huella no encontró mayores ecos, producto de las urgencias de guerras internas y externas y de un estado de excepción permanente, que convertirá en fútil cualquier intento de recuperación en clave doctrinaria de su acervo.
Brienza reconstruye pues, el recorrido de una figura que, quizás como ninguna, parece arriesgar, se verá atravesada - en su postrer negación o descuidado olvido - por las disensiones que jalonaron las luchas políticas y sociales a las que se vio sometida la Argentina de los siglos XIX y XX.