sábado, 2 de octubre de 2010

decíamos ayer

Revisando notas viejas me encontré con esto. Pertenece a una serie de artículos publicados en "El Eslabón" sobre política regional, allá por los años 2000, 2001 y 2002 (este parece ser del 2002). Pasaron casi 10 años, y aquellos procesos de ascenso de alternativas nacional populares al neoliberalismo reinante dejaron de ser inestables novedades para convertirse en fenómenos consolidados a escala regional. Después de releer varias de aquellas reseñas, me queda la sensación de que - más que grandes certezas - nos movilizaba una especie de impenitente optimismo de la voluntad, que convertía indicios mínimos en señales providenciales que anunciaban un nuevo orden regional, fundado en valores de justicia social y soberanía. He allí un principio de inteligibilidad para explicar, por ejemplo, el entusiasmo por Lucio Gutierrez, que en poco tiempo se iba a terminar - si se me permite la imagen - "dando vuelta como una media". Bueno, acá va:


 Ser o no ser. La disyuntiva de la nación inconclusa.

¿Podemos hablar desde la búsqueda de una totalidad cuando estamos en presencia de un continente que alberga más de 500 millones de almas y cientos de particularidades culturales? Si nos atenemos al libreto impuesto por la globalización triunfante, llegaremos rápidamente a la conclusión de que es imposible caracterizar como una unidad a aquel conglomerado humano y territorial que alguna vez supimos llamar Latinoamérica, Hispanoamérica, Iberoamérica, Indoamérica (a gusto del lector).
Ni siquiera hace falta consultar las posiciones más retrógradas del ideario neoconservador (mera continuidad y recreación del colonialismo mental de las elites locales de nuestros países) para encontrar argumentaciones en tal sentido. Toda una agenda que se propuso como de avanzada, ha sido impuesta históricamente en América Latina, generalmente con la cooperación económica como contraprestación, con la intención de promover falsos particularismos. Del elogio de la fragmentación, a la compresión integradora de las particularidades propias de un vasto y no menos complejo continente, media el mismo camino que va de la propuesta balcanizadora de ciertas fundaciones “filantrópicas” europeas (que proponen, por ejemplo, la división de Bolivia en 21 naciones indígenas), a la gesta emancipadora y socialmente integradora que encuentra en Evo Morales a uno de sus referente en aquel país.
Ahora bien, si nos hemos extendido en las apreciaciones iniciales, es para dar sentido a la afirmación con la que pretendemos comenzar esta nota: nuestro continente experimenta la reemergencia de la cuestión nacional latinoamericana
Empecemos por despojar a esta aseveración de toda connotación romántica o idealista. La conformación de un bloque de poder, en principio Sudamericano, resulta un imperativo de supervivencia en la hora que nos toca atravesar. El camino inverso; esto es, la continuidad de las políticas de tranco corto, de negociaciones país por país sujetas al consenso de Washington ; no sólo han demostrado su inocuidad y ganarse el repudio de grandes sectores de las sociedades latinoamericanas, si no que, además, parecen abonar un camino que nos empuja al derrumbe final, y a un futuro que no excluye la disgregación territorial como alternativa cierta.
El triunfo de líder petista, es el triunfo de la integración, lo que no es poco, teniendo en cuenta la ofensiva por venir de parte de los Estados Unidos en favor del ALCA, propuesta de integración en términos de libre comercio entre la economía más competitiva del mundo y las economías latinoamericanas, es decir, una invitación al suicidio.
La coalición que llevó al PT al gobierno en Brasil, lo que algunos críticos de las formas denunciaron como un supuesto agionarmiento del movimiento político más masivo de Sud América, no es más que la expresión en los hechos de una voluntad de afirmación nacional en clave democrático-popular, reclamo que se extiende a lo largo y a lo ancho de nuestros países. Allí donde este reclamo encuentra un movimiento social maduro y fuerzas políticas populares y patrióticas concientes de su desafío histórico, los triunfos en la batalla cultural por el sentido común se traducen en organización y apropiación de los espacios de decisión. El ya conocido caso venezolano, y en Ecuador, el reciente triunfo en primera vuelta de Lucio Gutierrez, militar bolivariano con fuerte ascendente sobre las organizaciones indígenas y sociales, dan cuenta de ello.
En el plano de las tensas negociaciones/combates por la implantación del ALCA, el peso geopolítico del Brasil va a ser determinante y catalizador de las posiciones que apunten a defender el interés de las naciones al sur del sur. Sin ir más lejos, hace unos meses, sosteníamos que la crisis venezolana reposaba en las espaldas del pueblo venezolano y en la situación brasilera. Así lo entendió la oposición de aquel país, que quedó en evidencia un mes atrás, cuando no supo dejar a buen resguardo las grabaciones donde sus referentes expresaban la necesidad urgente de derrocar a Chávez: "antes del 6 de octubre, porque si gana Lula después será imposible".
Un siglo tuvo que transcurrir entre la gesta emancipadora de San Martín y Bolívar, y la sistematización de la idea de unidad latinoaméricana por luminarias del pensamiento de estos lares como Manuel Ugarte y José Enrique Rodó entre otros. Bien señala el pensador uruguayo (o argentino-oriental, como gusta definirse él mismo), Alberto Methol Ferré, que fue Perón, 50 años después, el que entrevió que el futuro de la región estaba atado a la alianza argentino-brasilera, entendida como núcleo básico de acumulación hacia la conformación de un Estado Continental Industrial.
Quizás, pasado otro medio siglo de marchas y contramarchas, la realización material de tan preciado anhelo esté, no sin sacrificios, al alcance de la mano de miles de hombres y mujeres que vuelven a tomar el destino de nuestras naciones en sus manos. Si, una vez más, los desencuentros y los particularismos se anteponen a nuestro destino común, nos esperan, fatalmente, otros cien años de soledad.

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