domingo, 3 de octubre de 2010

elogio de la locura.

Por Eduardo Toniolli (Reseña sobre “El loco Dorrego”, de Hernán Brienza. Diario La Capital, Suplemento Señales, Rosario, 27 de mayo de 2007).


En una época no muy lejana, las luchas políticas argentinas solían verse atravesadas por la recurrencia de sus actores en el intento por establecer relaciones entre representaciones del pasado y alternativas para el presente. Así, el “Pepe” Rosa, historiador revisionista, detenido en los primeros ´70 por alguna de las dictaduras que antecedieron el regreso de Perón, podía afirmar, con tanta ironía como convencimiento, que quienes lo habían metido preso eran, sin lugar a dudas, “unitarios”.
Sólo una década después, la derrota de los grandes relatos colectivos sobre la Nación, y la corrección política con que la recuperación democrática pretendió uniformar las miradas en torno a la historia patria, parieron un ascetismo republicano a prueba de pasiones, consideradas a partir de allí, como “desmesuras” perturbadoras capaces de exhumar los fantasmas de un pasado signado por los desencuentros y la violencia fraticida.
Por estos días, una polémica persistente recorre los suplementos culturales de periódicos, las aulas universitarias y las páginas de historiadores más o menos reconocidos: cierto lugar común, que se pretende académico, gusta de anatemizar algunas obras bajo el rotulo de “divulgación histórica”. La operación suele empujar al anaquel de los condenados a libros sin mayores pretensiones que la de dar respuesta rápida – y, huelga decirlo, oportuna - a una demanda masiva por la historia; junto a obras que se proponen retomar el hilo de polémicas inconclusas, encontrando en el carácter político - y por tanto pasional y desmedido - de los relatos históricos, uno de los andariveles a recorrer para dar respuesta a la pregunta por los orígenes, inquietud extendida a partir del estallido del 2001.
“El loco Dorrego”, de Hernán Brienza, se inscribe entre las segundas, combinando prosa ágil y rigurosidad, que en este caso no es falsa y pedante erudición libresca, si no sólido respaldo bibliográfico que sirve como base a un relato épico que da cuenta del derrotero de Manuel Dorrego, héroe de la Independencia, vehemente militar que supo construir su legitimidad a partir de su ascendiente sobre la tropa, y que, devenido en político, comprendió la necesidad de sentar las bases de un proyecto de país que incluyera la concurrencia de los caudillos federales, representantes genuinos de la soberanía de los pueblos del interior profundo.
Brienza no sólo recorre el ascenso y apogeo del líder federal, y las intrigas entre “doctores” unitarios y emisarios británicos que desembocaron en su fusilamiento; se propone además, revisar las miradas retrospectivas en torno a su figura.
Para aquellos historiadores que de alguna manera se sintieron llamados a construir un relato con arreglo a los intereses y la visión del mundo de la elite comercial porteña y su descendencia, la exclusión de Dorrego del panteón oficial será colofón necesario de un crimen - el que lo tuvo como víctima - de difícil justificación. Tal es así, que hasta los mismos protagonistas del hecho, asaltados por la conciencia de la indecibilidad del crimen que estaban por llevar adelante, maniobraron de tal manera que el juicio de la historia, y el de sus contemporáneos, los librara de sospechas fundadas: Juan Cruz Varela, poeta y unitario furibundo, luego de instigar el fusilamiento del gobernante depuesto, culminará una misiva a Lavalle con un lacónico “Cartas como estas se rompen”.
Una vez ajustada las cuentas con la historiografía liberal, el autor se pregunta por el aparente olvido por parte de las corrientes nacional – populares, encontrando en el mártir ejecutado en Navarro a una rara avis - liberal revolucionario, nacionalista democrático, ilustrado y popular, porteño y federal – cuya huella no encontró mayores ecos, producto de las urgencias de guerras internas y externas y de un estado de excepción permanente, que convertirá en fútil cualquier intento de recuperación en clave doctrinaria de su acervo.
Brienza reconstruye pues, el recorrido de una figura que, quizás como ninguna, parece arriesgar, se verá atravesada - en su postrer negación o descuidado olvido - por las disensiones que jalonaron las luchas políticas y sociales a las que se vio sometida la Argentina de los siglos XIX y XX.

2 comentarios:

  1. era hora loco
    cualquier gato tiene un blog y faltaba el tuyo

    ya estoy podrido de fernandezs, sbariggis, omixmorones (!) y carrascos...

    aparte, veo que con mucho criterio no has puesto detalles de color...

    suerte!

    ResponderEliminar
  2. En esta tumba hay un hombre/se llamó Jorge Lanata/y si digo "se llamó"/es que tanto perdió el rumbo/que al final ya perdió el nombre/dos cajones lo contienen/en uno se halla su cuerpo/y si uno se fija, luego,/en el otro va su ego/fue cadáver hace mucho/pues andaba en catalepsia/enterrado que fue en vida/despedía olor a mierda/y en la tumba de sus días/se movían sus colgajos/de la derecha a la izquierda/pero al final de sus noches, ya terminando la brecha/quedaba fijo en un punto: la derecha, la derecha/un gusanito royó su rolliza corpulencia/mas luego al fin se hartó y dijo/"si sigo más, ya me cebo"/es que no comía el cuerpo/seguía comiendo el ego/alguna vez quiso ser/un paladín de las letras/el director de un gran diario/la voz cantante en la radio/y en la tele fue una estrella/hoy sólo quedan despojos/y ni un patrón le ha traído el consuelo de una flor/descansa en guerra Lanata/puteando con impotencia/multitudes de noteros/nuevos canales y voces/pisan la tierra en la que/su pobre cuerpo se pudre/después se verá si luego/desaparece su ego. 

    ResponderEliminar